Aleksi daba vueltas, inquieto, mientras observaba su reloj de pulsera. La ansiedad le recorría las venas como fuego líquido. Esta noche sería la subasta y mañana el ritual antiguo con las doncellas. Era una tradición oscura, ancestral, marcada por una maldición que le había sido otorgada por una entidad tan poderosa como maligna. Una bruja, aunque lo había hecho innumerables veces, esa noche tenía un peso distinto. Había demasiados lobos interesados en la subasta. Por lo que, tenía que jugar bien sus cartas.
Sin embargo, Aleksi sabía que el dinero no sería un problema. Era lo único que le sobraba. Décadas en el mundo le habían permitido construir un imperio. No era solo millonario, era un billonario despiadado, con la capacidad de comprar lo que quisiera, cuando quisiera. Conocía bien a los otros jugadores del juego. Sabía que Ricardo, era un hombres de aparente lealtad, quizá tenían sus propios intereses escondidos. Aun así, confiaba en que nada saldría mal.
La subasta no era simplemente una transacción económica. Era también un espectáculo, una forma de entretenimiento enfermo para quienes habitaban la cúspide del poder: licántropos, híbridos, y algunos humanos con demasiada codicia como para negar la existencia del mundo sobrenatural. Hombres de traje impecable, lobos disfrazados de civilización, y mujeres de belleza inquietante llenarian el salón esta noche.
Finalmente ya esta ahí, el ambiente era opulento, cargado de perfumes costosos, joyas brillantes, y murmullos perversos. Algunos humanos se habían acercado a los lobos solo por la promesa de poder y riqueza. La mayoría eran egoístas, corruptos, vendiéndose por oro y plata, dispuestos a todo con tal de obtener una probada del mundo oculto.
Aleksi tomó asiento con aire altivo, sus ojos exploraban cada rincón del salón mientras se iniciaba la primera parte de la subasta. Se ofrecían objetos lujosos: estatuas antiguas, obras de arte exclusivas, joyas imbuidas con energía mística. Pero nada de eso le interesaba. Él solo había venido por las doncellas.
Las mujeres serían el plato fuerte.
Cuando se abrieron las puertas laterales y un grupo de doncellas fue escoltado al centro del salón, un murmullo generalizado se extendió entre los presentes. La tensión era casi palpable. Algunos hombres chiflaron, otros se inclinaban hacia adelante con ojos brillantes de deseo y perversidad. Pero el solo absorbió para saber el olor de puresa.
—Se ven exquisitas, un verdadero manjar —murmuró uno de los licántropos, relamiéndose los labios.
—Me gustaría procrear con una de esas. Y lo mejor es que son vírgenes —dijo otro entre risas bajas.
Pero lo que más incomodó a Aleksi fue una voz ronca y grave que dijo:
—Con una de esas haré un híbrido. La encerraré y la obligaré a acostarse con todos mis hombres. Que aprenda a obedecer, a complacer. Después de que la use, la convertiré en parte del banquete.
Aleksi frunció el ceño. Aquellas mentes eran podridas, tan sucias que incluso a él le repugnaban. Aunque había participado del ritual durante años, jamás se había rebajado a tales niveles de crueldad. Él no mataba a las doncellas. Tomaba lo que necesitaba: un poco de su sangre virgen para mantener su poder, para calmar la maldición. Después, borraba sus recuerdos y las liberaba. A veces, se dejaba llevar por el deseo y compartía una noche con alguna de ellas, pero nunca permitía que el daño pasara más allá. Ni siquiera las convertiría en híbrida, era una ley que se debía cumplir, pero en este mundo se hacía lo que quería. No obstante el jamas lo haría.
A pesar de todo, no había otra salida. Mientras la bruja responsable de su maldición siguiera viva, él seguiría atado a esa necesidad.
Esa bruja debe seguir existiendo, pensó con los dientes apretados. De lo contrario, esta necesidad no me carcomería con cada luna nueva.
Cuando llegó el turno de la subasta por las mujeres, el salón enmudeció. Las cifras comenzaron a flotar en el aire como cuchillas afiladas. Todos pujaban con hambre, con ansia. Entonces Aleksi levantó su tarjeta.
El número que ofreció hizo que las cabezas se volvieran. Los murmullos se apagaron. Era una cantidad exorbitante, incluso para aquel tipo de evento. Pero Aleksi ni se inmutó. Observó cómo la primera doncella le era entregada. Ella temblaba, con los ojos anegados de miedo.
¿Qué clase de mundo es este? pensó Aleksi, con una mezcla de furia y resignación. Los humanos pueden ser tan monstruosos como los híbridos… o incluso peores.
Todo era real. Las mujeres eran vendidas como carne. Los lobos como él compraban poder con sangre. Y los humanos, por un puñado de riquezas, se convertían en cómplices, traidores de su propia especie.
El mundo estaba podrido… y él, Aleksi, no era más que una pieza más en esa maquinaria perversa.
***
Natasha sentía que sus pies ardían del dolor. Cada paso que había dado desde su llegada a ese lugar maldito la dejaba más agotada, física y emocionalmente. El top ajustado que le obligaron a ponerse la hacía sentir expuesta, vulnerable, casi desnuda. El short diminuto y las sandalias de tacón alto solo añadían más incomodidad. Desde que las habían hecho bañarse y cambiarse de ropa, no había tenido un solo momento de tranquilidad.
La habitación donde la mantenían recluida era fría, con paredes de concreto blanco y sin ventanas. Apenas si se escuchaban ruidos desde el exterior: pasos lejanos, voces distorsionadas. Algunas mujeres habían sido llevadas ya. Natasha había alcanzado a oír que no todas regresaban. Se decía por los pasillos que algunas estaban en otro pabellón, pero nadie lo podía confirmar.
Sus manos temblaban mientras se mordía las uñas hasta hacerlas sangrar. El miedo crecía dentro de su pecho como una bestia salvaje. Llevaba más de dos días encerrada, sumida en la ansiedad, cuando finalmente la puerta se abrió. Un estremecimiento recorrió su espalda.
Era él, el tal Ricardo.
Entró con una sonrisa cruel, esa que no anunciaba nada bueno. Ordenó a los hombres que lo acompañaban que las levantaran. Dos guardias corpulentos la tomaron del brazo sin delicadeza, arrastrándola fuera del cuarto junto a las demás. El aire del pasillo estaba cargado de tensión, y el silencio era tan espeso que casi dolía.
—¿A dónde nos llevan? —preguntó Natasha con la voz rota, temblando.
Ricardo se giró hacia ella con desdén.
—¿Por qué preguntas? No estás en tu derecho —espetó con fastidio.
—Pero… usted nos prometió otra cosa… —intentó replicar.
—¡Cállate! ¡Cállate! No quiero golpearte… porque así ya no sirves para la compra.
¿Compra? ¿A qué se refería? Natasha apenas podía entender lo que decía. Todo era tan confuso, tan irreal. Sus piernas apenas respondían mientras los hombres las empujaban hacia otra sala.
Las demás chicas comenzaron a gritar, llenas de pánico, pero de inmediato apareció la mujer enmascarada. Tenía un aire autoritario y perturbador. Se acercó sin mediar palabra y tocó suavemente la mejilla de una de ellas. De pronto, el silencio se hizo absoluto. Las voces de las mujeres se apagaron como si algo, una fuerza invisible, como si las hubiese dejado mudas. Natasha también sintió una presión en la garganta, como si algo se apoderara de sus cuerdas vocales, pero en su caso el hechizo no fue del todo efectivo. Su voz aún podía susurrar, aunque apenas.
Las llevaron caminando por un pasillo oscuro hasta un gran salón iluminado con luces frías. Era amplio, con un aire de lujo y decadencia. Frente a ellas, sentados en filas de sillas tapizadas en terciopelo oscuro, había hombres de aspecto elegante y mujeres altivas, todas con joyas costosas y miradas vacías. El ambiente era gélido, no por la temperatura, sino por el horror que flotaba en el aire.
Natasha comprendió de inmediato lo que ocurría: una subasta.
Era eso.
Estaban siendo vendidas.Los nombres de las chicas comenzaron a sonar, seguidos de precios, pujas, risas, susurros depravados. El eco de los aplausos retumbaba en su mente, como golpes contra su pecho. Quería gritar, quería correr… pero no podía. Su cuerpo temblaba incontrolablemente. Y entonces, escuchó su nombre.
—Esta chica yo me la llevo —dijo un hombre desde la segunda fila, levantándose.
—¡Ofrezco el triple! —gritó otro desde el fondo—. Pago el triple.
Natasha sintió que el corazón se le salía del pecho. Quería llorar, orinarse del miedo, desmayarse. El terror le nublaba la vista. Pensó que iba a morir en manos de aquellos monstruos. Ahora entendía por qué las habían querido vírgenes. Aquello no era un mercado cualquiera: era un infierno disfrazado de lujo.
La subasta continuó entre risas y mas ofertas. Finalmente, ella y otras nueve mujeres fueron vendidas a un tal Volkat. Un nombre que sonaba tan siniestro como el destino que las esperaba. Natasha apenas podía mantenerse en pie. La llevaron a una habitación amplia pero sin ventanas, con camas alineadas como en un hospital. Las demás estaban igual de confundidas y aterradas.
—Son del señor Volkat —anunció un hombre—. Cuídenlas bien. No deben ser maltratadas. Él es muy exigente.
Cuando salieron los guardias, Natasha murmuró, con la voz apenas audible:
—¿Qué nos van a hacer?
Las demás solo movieron la cabeza. Ninguna podía hablar. Era como si el hechizo aún las mantuviera atadas al silencio. Natasha, en cambio, logró articular un grito desesperado:
—¡Sáquennos de aquí! ¡Nos están vendiendo! ¡Esto es una locura!
De pronto, entró la mujer enmascarada. Caminó con frialdad hacia ella.
—¡Maldita! Porque sigues hablando, te hice una magia! —dijo entre dientes—. ¿Quién eres? ¿Por qué pudiste hablar?
—¿Quiénes son ustedes? —gritó Natasha—. ¡¿Por qué hacen esto?!
La mujer se inclinó sobre ella, con una sonrisa helada.
—Cállate. No te puedo golpear todavía. Eres un producto muy valioso… pero si sigues gritando, haré que ese hombre te mate. ¿Entiendes?
—¿A qué te refieres?
—Una palabra más… y tus compañeras lo lamentarán —amenazó con tono oscuro.
Las demás chicas comenzaron a sollozar sin sonido, moviendo la cabeza con temor. Natasha entendió que no había salida… al menos por ahora. Decidió callar. Las lágrimas empezaron a brotar por sus mejillas, silenciosas, tibias, desesperadas.
El horror era real.
Estaba en otro país, sin escapatoria. Había sido vendida… y su infierno apenas comenzaba.