Natasha estaba más que contenta durante sus dias de trabajo; le costaba creer que aquel empleo fuera real. Al principio había pensado lo peor y se sintió culpable por haber juzgado sin conocer. Sin embargo, el lugar estaba lleno de clientes: parecía un supermercado abarrotado, solo que la mayoría de los presentes derrochaban dinero. “Qué afortunados”, pensó para sí misma mientras entregaba copas y botellas de vino a los clientes. Varias chicas trabajaban junto a ella, algunas de las cuales se insinuaban descaradamente a los caballeros, algo que a Natasha le provocó un profundo sentimiento de pena.
Siguieron trabajando sin descanso hasta pasadas las dos de la madrugada, cuando sus jefes se acercaron para hablarles.
—Por favor, ahí les dejamos la cena. Pueden entrar y comer tranquilamente.
—De verdad, pero ya es muy tarde y sería mejor ir a comer a nuestras casa.
—Por favor, sean un poco agradecidas — espeto una mujer que estaba al lado del ese tal Ricardo.
Natasha asintió con un poco de vergüenza y se dirigió a un salón donde había varios platos de comida servidos. Sin pensarlo mucho, empezó a comer y bebió un zumo; la comida estaba exquisita, con sabores que jamás había probado.
—Qué rica comida, ¿no es así? —comentó una de las chicas.
—Sí… aunque, ¿será que estas personas nos ven con lástima, como si estuviéramos muriéndonos de hambre? —añadió una rubia de pechos redondos, lanzando una mirada inquisitiva a Natasha—. ¿Tú qué opinas?
—No lo sé… sinceramente… —alcanzó a responder Natasha, pero antes de terminar la frase comenzó a sentir un leve mareo.
—¿Estás bien? —preguntó otra de las chicas, preocupada.
De pronto, aquella chica también comenzó a tambalearse.
—¿Qué tienes? —inquirió otra compañera
—No sé… me siento mareada... ¿por qué me siento así?
—¿No estarán embarazadas? —preguntó con voz temblorosa una tercera chica, pero antes de poder decir algo más, varias empezaron a desplomarse en sus asientos, completamente desorientadas.
El pánico se apoderó de Natasha cuando notó que sus compañeras caían inconscientes una tras otra. Un pensamiento aterrador cruzó su mente: ¿Qué tiene la comida? Fue entonces cuando escuchó una carcajada que resonó en la habitación.
—Muy bien, pequeñas… veo que han disfrutado la cena —dijo con voz grave un hombre que entraba lentamente al salón. Natasha lo reconoció como enseguida era su jefe.
Una de las chicas intentó protestar, pero apenas pudo balbucear antes de desmayar. Natasha sintió un peso insoportable en los párpados; luchaba por mantenerse consciente.
—¿Qué nos dio, señor? ¿Qué es esto? —preguntó con dificultad otra chica.
—Tranquilas, no es nada malo… —respondió el hombre con un tono que erizaba la piel.Natasha quiso levantarse y correr, pero sus piernas no respondieron. El hombre se acercó y la obligó a sentarse de nuevo con un fuerte empujón. Ella intentó forcejear, pero él le tomó el rostro con rudeza, apretando su quijada con mano firme.
—Tranquilízate. No te pasará nada… si te comportas bien, ¿entendido? Recuerda que he dado mil dólares y eso no es nada… puedo mandar un poco más a tu mami para que crea que te vendiste al mejor postor.
—¿Qué está diciendo…? —quiso gritar Natasha, pero su boca pesaba demasiado, y solo un sonido ahogado salió de sus labios. El hombre sonrió con una calma perturbadora mientras Natasha sentía cómo la inconsciencia se apoderaba de ella.
Antes de cerrar los ojos por completo, un pensamiento lleno de terror la atravesó: ¿Serán parte de una red de trata de personas? Y así, con el corazón palpitando con desesperación, perdió el conocimiento sin saber qué le esperaba ni quiénes eran realmente esas personas.
*** Ricardo, acompañado por Linazai, una mujer loba, y un grupo de hombres contratados, subió a varias mujeres a un auto oscuro. Muchas ya habían sido trasladadas previamente; este grupo era solo una parte más del siniestro negocio. Las mujeres que aceptaban voluntariamente recibían mil dólares y enviaban una carta con el dinero a sus familias, fingiendo que todo estaba bien. Sin embargo, a las que se negaban, les borraban la memoria y las devolvían. Ricardo, por su parte, nunca cumplía con esa parte del trato: prefería venderlas al mejor postor como si fueran simples objetos. Si alguna le gustaba, la retenía para él, abusando de ella para sentirse poderoso.Ricardo se sentía intocable gracias a su posición: el trabaja con lobos, es uno de los hombres que conoce de la existencia de ellos, recibía oro, plata, reliquias y dinero, además de ostentar un alto cargo en varias empresas y manejar su propio imperio. Era un hombre que operaba desde las sombras y jamás traicionaría a Aleksi Volkat, el gran líder del clan de lobos que venía de un pais oculto, pues le debía todo. Desde que lo conoció, él tenia doce años, había sido incondicionalmente leal. Pero en sus negocios, Ricardo no desaprovechaba ninguna oportunidad para enriquecerse aún más.
—Esta chica es demasiado prepotente —comentó Linazai con desdén, observando a Natasha, quien apenas lograba recuperar la conciencia.
—Sí, es muy fuerte. Parece que la droga no la dominó tan rápido. Tuvimos que reforzarla para que quedara inconsciente —respondi Ricardo.
—Dudo que aguante cuando llegue allá. En el momento en que uno de esos lobos la compre, probablemente la mate; se nota que es persistente —agregó Linazai con una sonrisa.
—Así es. No te preocupes, nosotros solo cumplimos con nuestro trabajo, querida Linazai —replicó Ricardo.
Linazai asintió y esbozó una sonrisa llena de entusiasmo: la subasta de mujeres siempre dejaba grandes ganancias, y con ellas, el imperio crecía.
Finalmente, tras un viaje largo y oscuro, llegaron a un otro pais: Aveloria, y luego se dirigieron a un gran almacén donde hacian todo y en la que tenian como la red criminal para ocultar sus atrocidades. Allí, las mujeres fueron llevadas una habitación fría y amplia, donde ya había otras jóvenes. Al abrir los ojos, todas se mostraron confundidas y aterrorizadas.
—¿Dónde estamos? —preguntaban unas con voz temblorosa.
Natasha despertó, sus muñecas y tobillos estaban atados. Miró a su alrededor, con el corazón desbocado.
—¿Dónde estamos? —exclamó con miedo.
En ese momento, una mujer con máscara —Linazai, aunque fingía ser alguien más— entró en la habitación y habló con tono autoritario.
—Aquí permanecerán hasta nuevo aviso. Tienen comida y baño. Disfruten. No les pasará nada… si colaboran.
—¿Por qué nos tienen aquí en contra de nuestra voluntad? —gritó Natasha con una mezcla de furia y temor.
—Deberías callarte —respondió la mujer con frialdad. Se acercó a Natasha y, sin dudar, le propinó una bofetada tan fuerte que la hizo caer de bruces al suelo. Las demás chicas enmudecieron de inmediato, paralizadas por el miedo.—Una palabra más y no dudaré en arrancarte esos dientes, habladora —amenazó la mujer, saliendo luego de la habitación y dando órdenes a los guardias para que vigilaran constantemente.
Apenas se cerró la puerta con llave, Natasha empezó a temblar. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras un frío intenso le calaba hasta los huesos. El ambiente se sentía helado y opresivo. Inmediatamente reaccióno que en su país hacía un calor como el infierno.
—Hace mucho frío aquí… —murmuró una de las chicas.
—¿Dónde estamos? ¿Qué pasó? —preguntó otra, con la voz quebrada. Miró la hora en su pequeño reloj de pulsera y se sorprendió: eran más de las seis de la tarde; habían estado inconscientes más de doce horas.
—Siento que no estamos en nuestro país… —dijo Natasha con un hilo de voz.
—Tranquilas, tenemos que salir de aquí… pero ¿cómo? Aquí no hay ni una maldita ventana —gritó una de las jóvenes, golpeando la puerta con desesperación.
—Ayuda… ¡Ayuda! —gritaron varias, aunque sabían que nadie acudiría.
Una de las chicas, sentada en un rincón con la mirada perdida, habló con un tono sombrío:
—No se esfuercen…
—¿Por qué? —preguntó Natasha, acercándose con el corazón encogido.
—Porque no podremos salir jamás. —La voz de la chica se quebró—. Llevamos más de una semana recluidas. Solo nos traen comida y nos obligan a asearnos. A veces viene una mujer a revisarnos… quieren saber si somos vírgenes. Se han llevado ya a varias. Eso fue lo que escuché de una chica… pero ella ya no está.
—No… no te entiendo. ¿Por qué les importa eso? —insistió Natasha, con los ojos enrojecidos por el llanto.
—No lo sabemos con certeza… pero algo es seguro —respondió la chica, ahora sollozando—: nunca volveremos a ver a nuestras familias.
—No… no llores, tranquila… —intentó consolarla Natasha, aunque su propia voz temblaba.
—¡No lo entiendes! ¡Nunca saldremos viva! —gritó la chica, y las demás comenzaron a llorar.
Natasha sintió que su corazón iba a estallar de miedo y desesperación. ¿Cómo era posible? Aquello era un secuestro, un secuestro atroz. Se tapó la boca para ahogar un grito mientras su mente se llenaba de pensamientos sobre su madre y su hermano.
—Mamá… hermano… ¿dónde están? —gimió con un hilo de voz, mientras las lágrimas le nublaban la vista.
La habitación blanca, fría e inmensa, con sus cuatro paredes sin ventanas, se convirtió en su prisión… y el miedo, en su única compañía.