Aleksi y Natasha volaron hacia Italia, al condado de Bellavista, donde aún vivía la familia de ella. Al llegar, varios lugareños la miraron con extrañeza. No era la misma muchacha humilde que recordaban; ahora, con ese atuendo elegante y aquel hombre tan imponente a su lado, Natasha parecía otra.
—Hola, doña Marva, ¿cómo ha estado? —saludó con educación a una vecina.
La mujer la recorrió de pies a cabeza, con mirada punzante. Quién lo diría —pensó—, la muchacha inocente que trabajaba día y noche por su madre terminó vendiéndose al mejor postor por unos cuantos billetes.
—Ya veo que a ti sí te va mejor que a tu pobre madre —soltó con tono déspota.
Aleksi, que permanecía firme al lado de su dama, alcanzó a escuchar con claridad los pensamientos de la señora. Una parte de él deseaba arrancarle la lengua por su atrevimiento. Pero había prometido no hacer nada indebido.
Natasha, consciente de su carácter, ya le había pedido que se comportara con normalidad frente a su familia y a la gente