Natasha permanecía deslumbrada mientras observaba el imponente rascacielos frente a ella. Apenas habían descendido de la limusina, Aleksi tomó su mano y la miró con una sonrisa ladeada.
—¿Te gusta este lugar? —preguntó.
Ella se encogió de hombros sin responder con claridad.
—Espero que sí te guste.
—¿Por qué habría de gustarme algo que no me pertenece? —replicó Natasha con frialdad.
Aleksi arqueó una ceja, su tono desafiante al responder:
—¿Y por qué crees que no te pertenece?
La joven suspiró y, con cierta resignación, admitió:
—Bueno… sí me gusta. Jamás había puesto un pie en un lugar así.
—Es tuyo. —La voz de Aleksi sonó firme—. Lo que es mío, le pertenece a mi dama.
Natasha levantó las cejas, sorprendida por su declaración, pero no dijo nada.
Al entrar en el edificio, las miradas de todos se posaron en ellos. Los hombres inclinaban la cabeza en señal de respeto hacia Aleksi, y Natasha quedó boquiabierta. ¿Tan importante era aquel hombre? Parecía un rey o incluso el presidente de u