El alta llegó a media mañana. Brooke había pasado parte de la noche en vela, revisando dos veces el tratamiento de Aleksei, asegurándose de que no hubiera complicaciones. No se habían vuelto a mencionar el beso ni las lágrimas compartidas la noche anterior. Pero las miradas entre ellos, los gestos, hablaban más que cualquier palabra.
Aleksei estaba sentado en la camilla cuando Brooke entró con el informe en la mano.
—Bueno —anunció, intentando mantener el tono neutral—. Todo está estable. Te doy el alta. Pero no deberías moverte demasiado durante unos días.
Aleksei la observó con una leve sonrisa ladeada.
—¿Eso es una orden, doctora?
Brooke rodó los ojos.
—Es un consejo. Si haces estupideces y la herida se abre, no esperes que sea amable cuando te traiga de vuelta.
Él soltó una risa ronca.
—Haré lo que pueda por no darte más trabajo.
—Eso espero —replicó, cerrando el informe.
Cuando Aleksei preguntó quién lo llevaría, su respuesta fue inmediata.
—Yo te llevaré. Vamos.
El trayecto en c