El tic-tac del reloj del despacho de Aleksei resonaba con una cadencia lenta, casi hipnótica, mientras Brooke pasaba las yemas de los dedos por el borde de su cuaderno abierto. No escribía, solo pensaba. A su alrededor, el silencio era espeso, como si la casa contuviera la respiración. El aire olía a madera encerada, cuero y esa fragancia inconfundible que siempre parecía envolver a Alekséi. Pero nada de eso lograba calmar el torbellino dentro de su cabeza.
Brooke estaba sentada en una butaca frente a la ventana, absorta en el cuaderno donde solía escribir sus pensamientos, aunque esa mañana no había anotado nada. Se limitaba a apretar el bolígrafo entre los dedos mientras su mente repasaba, una y otra vez, las palabras de Irina la noche anterior.
"Él es mío."
Aún sentía el temblor en la mandíbula por la tensión contenida. Aún escuchaba el tono envenenado de esa voz detrás de ella en el baño del bar. Y, sobre todo, aún podía ver el fuego en los ojos de Alekséi cuando se lo contó. Pero