El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Brooke abrió los ojos de golpe. La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por el resplandor intermitente de una tormenta que se cernía sobre la ciudad. Las gotas golpeaban la ventana con furia, como si el cielo quisiera acompañar el caos que ella sentía dentro.
No podía dormir.
El pecho le latía con una mezcla de ansiedad y deseo, confusión y certeza. Todo había cambiado desde que su madre se marchó. Desde que Aleksei le pidió que se quedara con él. Desde que compartían techo, espacios… silencios. Cada roce accidental, cada mirada sostenida más de la cuenta, la hacían arder por dentro. Y esta noche… no podía más.
Se incorporó despacio, con el corazón golpeándole las costillas. Caminó descalza por el pasillo, sin encender la luz, guiada por un impulso que no pensó detener. Al llegar frente a la habitación de Aleksei, dudó un segundo. No llamó. Simplemente empujó la puerta.
Él estaba sentado en la cama, con la espalda contra el cab