El lunes amaneció gris y húmedo, como si Nueva York reflejara el estado emocional de Brooke. La lluvia repiqueteaba contra los cristales mientras ella se preparaba para ir a clase. Llevaba auriculares puestos, pero no escuchaba realmente la música. Su mente no dejaba de repasar la conversación en el coche con Aleksei, la forma en que la había detenido con solo una mano. Cómo su voz se había grabado en su memoria, rasposa, firme, cargada de deseo contenido.
Había pasado el fin de semana intentando ordenar lo que sentía, pero nada encajaba. No cuando cada vez que cerraba los ojos podía imaginarlo. No cuando el calor de su mirada todavía le recorría la piel.
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En la universidad, Lía la esperaba apoyada contra una columna del pasillo, con una sonrisa cómplice. Llevaba el pelo suelto y una chaqueta de cuero negra que le daba un aire más rebelde del habitual.
—Buenos días, mujer atormentada —saludó.
Brooke la miró con resignación.
—¿Se me nota mucho?
—Solo como si estuvieras protagonizand