La semana comenzó con una tensión invisible que Brooke llevaba en los hombros como si pesara toneladas. En la universidad, los pasillos estaban repletos de estudiantes que hablaban de exámenes, entregas y fiestas. Pero ella apenas podía concentrarse. Su mente iba y venía como una corriente inestable que siempre desembocaba en los mismos ojos azules.
No lo había vuelto a ver desde el domingo. No había mensajes. Ni llamadas. Solo silencio.
Y eso, para alguien como Aleksei, decía mucho más que cualquier palabra.
Lía se lo había dicho con claridad: no te alejes todavía. Pero Brooke no sabía cómo no hacerlo sin romperse más por dentro. Había pasado tantas horas analizando sus palabras, sus gestos, incluso el tono en que dijo su nombre por primera vez, que comenzaba a olvidar cuál era su punto de partida.
—¿Brooke? —La voz de su profesora la sacó de su mundo interior.
—¿Sí?
—¿Puedes repetir la última parte del concepto que acabo de explicar?
Brooke tragó saliva. Todos los ojos de la clase e