El precio del silencio (1era. Parte)
El mismo día
Cardona, Cataluña
Ramiro
Apelé al buen juicio de mi madre para no involucrar a la policía, pero no podía dar nada por sentado: la insistencia de Camila por actuar me complicaba el panorama. Menos mal que logré calmar ese pequeño incendio, aunque yo no pude evitar montar una búsqueda por los alrededores de la hacienda; tuve que encabezar el operativo, por si acaso, y sobre todo para no despertar sospechas del bastardo de Iván.
Me senté en la camioneta mientras Lionel apretaba el volante; detrás, otros dos autos seguían la caravana. Tenía que ser el mejor actor de todos. Con voz medida dije:
—Detente la camioneta Lionel, creo que por aquí fue que nos atacaron.
El freno chirrió, bajamos y reuní a los hombres con un gesto de la mano.
—Revisen el área. Tal vez Andrés pudo escapar y no esté muy lejos —ordené, fingiendo preocupación.
Uno de los jóvenes, con la linterna temblando en la mano, me respondió con escepticismo:
—Don Ramiro será imposible que los hombres encuentren algo