El precio del silencio (2da. Parte)
Al día siguiente
Cardona, Cataluña
Camila
Lo que comenzó como un alivio tras resolver el asunto de las minas terminó con un misterio alrededor del “secuestro”. Todos cruzaban miradas, como si la verdad flotara en el aire y nadie se atreviera a pronunciarla. Para colmo, Andrés apareció todo apabullado, jadeante, la ropa sucia y el rostro desencajado. En vez de darnos alivio, su presencia solo abrió la puerta a más sospechas. Poniéndolo en contexto: ¿cómo fue que escapó? ¿Por qué los maleantes nunca llamaron? Tampoco creí sus excusas: “me drogaron… no recuerdo nada.”
En medio de los gritos de mi abuela exigiendo llamar al doctor, Mateo y Ramiro se apresuraron a acomodar a Andrés en el sillón. Pero él no reaccionaba, aunque el pulso seguía ahí. Yo observaba la escena en silencio, intentando descifrar si todo aquello era real o una trampa bien montada.
—¿Aún sigues creyendo que hubo un secuestro? —susurró Iván, acercándose lo suficiente como para que solo yo lo escuchara.
Lo miré de reojo