La puerta de mi departamento se cierra con un suave clic detrás de nosotros, y por un instante el silencio nos envuelve. El lugar está oscuro, con la luz tenue de la calle colándose por las ventanas. Mi corazón aún late con fuerza; la noche ha sido un torbellino de emociones y éxito, pero ahora todo se reduce a este espacio, a esta conversación pendiente. Me muevo instintivamente hacia el interruptor y enciendo las luces. Una claridad cálida inunda la estancia, pero no disipa el nudo en mi pecho.
Me quito los tacones con un suspiro que parece salir desde lo más profundo de mi ser.
—Apenas los pude soportar —susurro, más para mí que para él.
Alexander permanece quieto, observándome, y su expresión es un misterio que no logro descifrar. —¿Quieres algo? —le ofrezco mientras me acerco a la cocina, abro el refrigerador y tomo una botella de agua.
—Estoy bien, así —dice, y su voz suena firme, pero sin rastro de enojo. Simplemente, está allí, y eso es suficiente para ponerme un poco nerviosa