El primer hilo de luz se cuela entre las cortinas, tiñendo de dorado la habitación. Me remuevo en la cama, despacio, como si mi cuerpo aún no quisiera admitir que el día había comenzado. Estiro los brazos por encima de la cabeza, sintiendo cómo mis músculos se desperezan, y entonces lo siento… el calor a mi lado. Giro apenas el rostro y lo veo.
Un brazo cruza mi cintura con posesividad y ternura, como si temiera que pudiera desvanecerme. Al sentir mi movimiento, murmura algo ininteligible. Una sílaba arrastrada que suena a contento y sueño. Se acurruca más, enterrando la cara en el hueco de mi cuello. Tiene el cabello revuelto, un mechón cayéndole sobre la frente, y una expresión tan serena que me hace sonreír sin querer. Me quedo quieta, observándolo por un momento. El simple hecho de tenerlo ahí, tan cerca, parece casi irreal. Su respiración es profunda y rítmica, un ancla en la tormenta que ha sido nuestra vida últimamente.
La noche anterior regresa a mí en un torrente de imágenes