CAPÍTULO 111

Me miro al espejo del baño. La luz es suave e indulgente. Llevo puesto el vestido negro de un satén pesado que se desliza sobre mi piel como agua fría. Es ajustado, sin ser vulgar, con un escote de corazón que acentúa mi clavícula y unos tirantes gruesos que ofrecen el soporte perfecto para lo que Alexander aprecia ver. Normalmente, preferiría zapatos planos o stilettos discretos, pero esta noche me he subido a unos tacones que hacen temblar mis piernas, solo por el placer de sentirme poderosa, alta y a la altura de mi hombre. Quiero que Alexander se da cuenta de que, aunque ama mi caos, yo también puedo ser la perfección que su mundo exige.

Aquiles está seguro en su habitación, inmerso en un problema de cálculo. Su concentración es admirable, y su nueva rutina me da la paz de saber que, por primera vez en su vida, el chico es solo un adolescente preocupado por su nota, no por su supervivencia.

Tomo una bocanada de aire y salgo de la habitación principal. La sala de estar del ático pa
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