La pregunta resuena en el silencio, no solo en mis oídos, sino en cada célula de mi cuerpo.
Nicole… ¿Quieres ser mi esposa?
Mis labios tiemblan. No de frío, sino de una avalancha emocional que supera toda la contención. El torrente de sensaciones es tan abrumador que me congela por un segundo. Veo el miedo en los ojos de Alexander, el miedo de que, después de todo el amor, la lealtad y la vida que hemos compartido, yo pueda dudar. Es un miedo infundado, lo sabía, pero verlo en el hombre más poderoso que conozco, me hace sentir una ternura inmensurable.
Mi mente, esa máquina súper analítica que no para de calcular riesgos y beneficios, se apagó. Solo queda el instinto puro, el alma que grita el nombre de este hombre desde el primer día que lo conocí.
Mis ojos, llenos de lágrimas que aún no me atrevo a derramar, se fijaron en él. Veo su rostro: la línea perfecta de su mandíbula, ahora suavizada por la vulnerabilidad; sus ojos verdes, habitualmente llenos de estrategia, ahora desbordante