Las semanas que siguen a la propuesta de matrimonio son un torbellino. He pasado de ser la pareja discreta de Alexander Black a su prometida, lo que conllevaba una nueva serie de obligaciones sociales y logísticas de las que ya he sido víctima antes, pero que en realidad sigo sin tener idea. Pero esta vez me sumerjo en una nueva dimensión donde el amor se mide en opciones de encaje, tipos de cubiertos y listas de invitados. La euforia de la propuesta, la ternura de Alexander, el brillo cegador del rubí en mi cuello y el solitario en mi dedo se han visto eclipsados por la abrumadora realidad de casarse con un Black.
Me siento como una intrusa en mi propia vida. El sí que le he dado a Alexander, esta vez real, ha sido honesto y sencillo, una verdad que no necesita adornos. Pero ahora, ese "sí" se ha transformado en un proyecto corporativo, una obra de teatro social que debe ser ejecutada con la perfección que el apellido Black exige. Las interminables reuniones, los proveedores que habl