La recepción del hotel es un hervidero de gente, ruido, movimiento. El caos de la calle, el ir y venir de turistas y empresarios, es un alivio bienvenido comparado con el caos contenido y elegante de esa sala de planificación. Siento una oleada de adrenalina y libertad. Salgo a la Quinta Avenida; el ruido de los taxis, las bocinas y el murmullo de la multitud me envuelve como un abrazo ruidoso, devolviéndome a la realidad.
No dudo. No puedo volver a casa, porque el ático está demasiado tranquilo y mi cabeza necesita ruido. Llamo al primer taxi que veo, un viejo Crown Victoria amarillo, y le doy la dirección de BlackTech. El contraste entre el lujo del Plaza y el olor a cuero viejo y ambientador barato del taxi es el choque que necesito para anclarme.
Minutos después, llego al edificio futurista de BlackTech. Entro sin problema; ahora que soy oficialmente la prometida de Alexander, la seguridad y el personal me saludan con cordialidad, incluso con una pizca de reverencia que aún me hac