El sol se ha filtrado entre los edificios altos y la ciudad vibra con ese ruido constante de cláxones, pasos apresurados y conversaciones que se cruzan en el aire. Aun así, me siento ligera, como si un peso se hubiera levantado de mis hombros. Por primera vez en mucho tiempo, me ilusiono con algo que puede llegar a ser tangible, algo que es solo mío.
Nos detenemos en la esquina esperando que el semáforo cambie y Sandra mira mi mano viendo el anillo en mi dedo.
—Necesito que me pongas al día, sobre eso señala mi mano, y yo tengo que contarte mis desgracias.
Reímos juntas y pasamos el rayado, caminamos y avanzamos hasta donde hay un pequeño bistró con mesas de hierro forjado en la acera. El olor a pan recién horneado y a salsa de tomate nos recibe. El sitio está casi lleno, pero conseguimos una mesa junto a la ventana. Me siento frente a ella, dejando mi bolso a un lado, y por primera vez en días siento que puedo bajar la guardia.
Sandra y yo pedimos una copa de vino. Necesito mantenerm