CAPÍTULO 50

El apartamento queda en silencio en el momento en que escucho la puerta del elevador, cerrarse detrás de papá y Alexander. El eco de sus voces, llenas de entusiasmo por el partido de béisbol, todavía flota en el aire, pero poco a poco se disipa. Yo permanecí unos segundos quieta, como si estuviera midiendo la calma que nos dejan. Luego giro la cabeza hacia mamá, que ya se está acomodando el bolso en el hombro, y nos miramos con una complicidad que pocas veces necesito explicar con palabras.

Siento una oleada de emoción recorrerme el pecho. Son sus últimos días en Nueva York antes de volver a Nueva Jersey, y aunque la ciudad puede ser agotadora, caótica y a veces abrumadora, hay algo en ella que siempre me llena de vida. Quizá son sus calles interminables, sus edificios que parecen tocar el cielo, o la sensación de estar en el centro del mundo, donde todo puede pasar. Con mamá, además, esa sensación se multiplica, porque ella sabe disfrutar de los pequeños detalles como un escaparate c
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