El aire nocturno de la terraza me golpea cuando salgo del salón luego de la cena. Es un alivio momentáneo, una escapatoria de las conversaciones forzadas y las sonrisas falsas que me han rodeado toda la velada. La brisa acariciaba mi rostro y me hace sentir más ligera y a la vez frágil, como si cualquier pensamiento negativo pudiera arrastrarme al vacío. Apoyo mis manos sobre la baranda de madera, mirando el cielo nocturno, como si el mundo entero quisiera recordarme que, aunque algo termina, siempre hay un amanecer por venir.
No sé cuánto tiempo estoy ahí, perdida en mis propios pensamientos, cuando escucho pasos acercándose. Mis hombros se tensan. Giro apenas la cabeza y veo a Alexander. Su figura recortada contra la luz de la terraza me hizo sentir un torbellino de emociones que no aún desconozco cómo controlar. Cada vez que estoy cerca de él, mi respiración se acelera, y mi mente se llena de los recuerdos de nuestros encuentros que no quiero recordar, que solo quiero dejar como es