Los días pasaron, y por fortuna, el pequeño Max se había recuperado satisfactoriamente. Su cuerpo no había rechazado el riñón y, por el contrario, su salud era cada vez mejor. La noticia de su alta llenó la habitación del hospital de alivio. Al enterarse de que finalmente volverían a casa, una pregunta inocente salió de la boca de Max.
—Papá, ¿cuándo volveré a ver a la señora bonita?
Alexander intentó cambiar el tema, pero su hijo insistió. A Alexander no le quedó más remedio que prometerle que pronto me vería. Los ojos de Max se iluminaron. Alexander entendió que para su hijo era algo importante, pues siempre había sentido la ausencia de su madre desde el día en que los abandonó y necesitaba desesperadamente una figura materna.
Mientras la felicidad inundaba el hospital, a lo lejos, el cinismo se apoderaba de un apartamento. Ema y Julia tramaban la forma de instalarse a vivir en la gran mansión de Alexander. Julia, la hermana de su ex esposa, siempre había estado interesada en él, y