Alan soltó un grito desesperado. El ardor en sus ojos era insoportable. Mientras él se quejaba, Melania no dudó ni un segundo en llamar al personal de seguridad. Inmediatamente, dos guardias se acercaron, y empezaron a cuestionar lo que estaba pasando.
—¡Este tipo atacó a mi amiga! —dijo Mel, sin dudar.
—¡No es cierto! —rugió Alan, aún con los ojos cerrados—. Ella es mi mujer y está mintiendo.
Melania lo enfrentó con una mirada fría.
—Miren la cara de mi amiga, ¿no es suficiente evidencia? Este animal se atrevió a golpearla y quién sabe de qué podría ser capaz si lo dejan libre. Exijo que lo detengan.
Los guardias no lo dudaron. Los hechos hablaban por sí solos. Arrastraron a Alan por el pasillo. Él gritaba de rabia, la impotencia reflejada en sus facciones.
—¡Esa mujer está mintiendo! ¡Ustedes no saben quién soy yo, voy a hacer desaparecer este maldito lugar!
Pero el personal del hotel no hizo caso. Las evidencias eran más fuertes que sus amenazas. Se lo llevaron arrastrando, en cami