Alexander sintió cómo el frío de la pantalla de su teléfono se extendía hasta su pecho, congelando la alegría que hasta hacía un momento lo había embargado. Acababa de recibir un mensaje, un simple texto de una remitente cuyo número había jurado borrar de su vida para siempre. Victoria.
¿Cómo se atrevía esa mujer a buscarlo, a reaparecer después de tanto tiempo? Los había abandonado a él y a su hijo como si hubieran sido un par de objetos sin valor, cambiándolo por una vida de amantes y promesas vacías. Su rabia era una marea interna que pugnaba por desbordarse, pero la presencia de Aurora a su lado lo obligó a mantener el autocontrol. No podía dejar que aquello lo desestabilizara. Acababan de unirse en matrimonio, y la felicidad de su esposa era ahora su única prioridad. Aurora era tan sensible que si se enterara en ese momento, quedaría devastada ante tal noticia.
—¿Te sucede algo, mi amor? Te quedaste muy callado, ¿te informaron algo malo?
Alexander levantó la vista. La preocup