El avión privado de Alexander aterrizó con suavidad sobre la pista iluminada por las luces de la ciudad del pecado. Desde las ventanillas, los destellos de los enormes rascacielos se mezclaban con el resplandor dorado del atardecer. Aurora observaba el horizonte con una mezcla de emoción y nerviosismo; era consciente de que estaba a punto de dar un paso irreversible, pero por primera vez en mucho tiempo no sentía miedo.
Alexander la miró de reojo, sin poder ocultar la sonrisa que se dibujaba en su rostro. Le tomó la mano y la besó con una ternura que desarmó por completo su intento de mantener la compostura.
—¿Lista para convertirte en la señora King? —murmuró él con voz grave, aún sosteniendo su mano entre las suyas.
—No sé si estoy lista… —dijo ella, intentando bromear para disimular la emoción que la desbordaba—, pero de lo que sí estoy segura, es que quiero pasar toda mi vida contigo.
Él soltó una pequeña risa, inclinándose para rozar su frente con la de ella.
—Eso me basta.
Mel y