La noche era un manto silencioso cuando Aurora tomó la decisión más dolorosa de su vida. Empacó unas cuantas cosas en una pequeña maleta y se sentó frente al escritorio, temblando. La hoja en blanco parecía observarla, esperando las palabras que ella no quería escribir. Cada trazo dolía, cada letra era una herida.
«Mi amor —comenzó—, estar contigo ha sido lo más hermoso que la vida pudo regalarme, pero no puedo seguir arrastrándote a mi infierno. Estar conmigo es tener una bomba de tiempo en las manos. Alan y Karoline nunca se detendrán, y no quiero que sigas pagando el precio de mis errores. Tengo que enfrentar esto sola. Te amo, Alexander. Siempre lo haré».
Dejó la carta sobre la mesita de noche, junto al reloj que aún marcaba las horas que había compartido con él. Luego caminó con sigilo hasta la habitación de Max. El niño dormía profundamente, su respiración suave llenaba el silencio. Aurora se inclinó sobre él, acarició su cabello con ternura y susurró:
—Me habría encantado ser t