Victoria permaneció dentro del coche, observando al hombre que tenía frente a ella. El callejón oscuro parecía tragarse la poca luz que quedaba, y el silencio se volvió más espeso cuando ella habló.
—Necesito que acabes con alguien, quiero que parezca un accidente —dijo con frialdad, sin rodeos—. Pero tiene que ser un trabajo preciso, lo suficiente para que nadie sospeche, y lo más importante, tiene que ser letal. Esa mujer tiene que morir.
El tipo arqueó una ceja, como si aquella petición fuera algo cotidiano para él. Su sonrisa torcida se ensanchó.
—Eso es fácil para mí, pero le va a costar… y mucho —respondió, acercándose un poco más a la ventanilla. Su voz tenía una calma peligrosa.
—El dinero no es problema —sentenció Victoria, sin pestañear—. Pero encárgate de no dejar rastros, Nada de errores, y bajo ninguna circunstancia puede haber cabos sueltos.
El hombre la miró con atención, evaluándola.
—Para hacer lo que me pide, voy a necesitar información sobre el objetivo —respondi