La noche en la mansión King fue silenciosa, pero el silencio estaba cargado de la angustia no dicha. Alexander despertó varias veces, atormentado por la conciencia de la amenaza que Victoria representaba. A la mañana siguiente, se levantó temprano, dejando a Aurora durmiendo plácidamente. Se dirigió de nuevo al despacho, donde la luz matutina se filtraba a través de las cortinas. Encendió su computadora, su mente ya enfocada en cómo defenderse de las inminentes argucias de Victoria. Lo que le preocupaba a Alexander no era solo la invasión de su propiedad, sino la tranquilidad de Aurora y sobre todo, la seguridad de Max.
—Si cree que voy a dejar que se acerque a mi hijo, está muy equivocada —murmuró, su voz dura y decidida.
Alexander llamó a su equipo legal. La conversación fue breve y al grano. Necesitaba ejecutar una orden de restricción contra Victoria y sus parientes, incluyendo a Ema y Julia, y hacerla extensible a la residencia conyugal. Se sentía sucio al tener que invocar la