**ANDREA**
De regreso al auto, Santiago me quita las llaves con una media sonrisa y una mirada cargada de travesura.
—Voy a manejar yo —dice, extendiendo la mano.
Le entrego las llaves sin decir una palabra, pero no puedo evitar sonreír. Subimos al auto, y apenas pone en marcha el motor, siento su mano deslizarse sobre la mía. No dice nada, solo entrelaza nuestros dedos mientras con la otra conduce.
Miro por la ventana, el paisaje pasa borroso, pero reconozco el camino. Sé hacia dónde vamos.
Cuando llegamos, mis labios se curvan en una sonrisa involuntaria. Ahora veo esa casa con otros ojos. Ya no se siente extraña. No es solo una estructura con paredes y recuerdos congelados.
Santiago baja rápido, da la vuelta al auto y me abre la puerta. Apenas pongo un pie fuera, me envuelve por la espalda y me susurra al oído:
—Bienvenida de vuelta a nuestro hogar.
Le doy un beso en la mejilla, y al ver su expresión entre sorprendida y encantada, le digo:
—Cuidado, que no te estoy tentando.
Él sue