—Andrea… ¿qué crees que me esté ocultando?
Lo miro detenidamente, y por primera vez en mucho tiempo, veo algo distinto en él. Es duda, vulnerabilidad.
Me acerco un poco más, sin perder la sonrisa. Le doy un suave golpe en el brazo, uno de esos gestos que usamos cuando queremos romper la tensión sin decir demasiado.
—Tranquilo —le digo, con voz serena—. Lo sabremos cuando venga… para el día de mi boda.
Sus ojos se levantan de inmediato, como si mis palabras hubieran sido un disparo directo a su atención. La sorpresa se instala en su rostro de forma instantánea. Sus cejas se alzan y sus labios se entreabren, incrédulos, como si acabara de escuchar algo imposible.
—¿Te vas a casar otra vez?
Asiento con una sonrisa que no puedo ocultar. Hay algo especial en este instante, algo que se siente liviano… reparador.
—Nos vamos a casar de nuevo —digo, dejando que las palabras salgan con la emoción justa, sin adornos—. Esta vez como merecemos, sin mentiras, sin escondidas… con todos los que quere