**SANTIAGO**
Meses Después
El sueño es tan vívido que por un momento olvido que estoy dormido.
Estoy de pie en medio de un campo abierto. La brisa es suave, acaricia mi rostro como si fuera una caricia conocida. El cielo tiene ese tono dorado, ese matiz exacto de los atardeceres que a Andrea le roban suspiros… cálido, nostálgico, lleno de promesas no dichas. Todo está en silencio, hasta que escucho algo. Una risa.
Giro lentamente, guiado por el sonido, con el corazón latiéndome en el pecho de una forma que no logro explicar. Y entonces lo veo.
A lo lejos, recortado contra la luz del sol, hay un niño. No debe tener más de seis años. Viste una camisa blanca, y unos pantalones cortos color arena que le rozan las rodillas. Está descalzo. La hierba le roza los tobillos mientras se acerca. Su cabello es castaño, ligeramente ondulado, revuelto, rebelde… igual que el de Andrea y se frota los ojos, con ese gesto adorable.
Dios mío. Sus ojos… Son como los míos.
El niño se acerca con pasos firme