Andrea Rojas ha sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años, sin que él sospeche que ella es la niña que lo salvó de ahogarse en su infancia, la misma que ha buscado toda su vida. Todo cambia cuando Valeria se hace pasar por esa niña, y Santiago, engañado, pide el divorcio. Mientras los tramites van en proceso, ellos se enfrentan como rivales en el mundo empresarial, y Santiago comienza a descubrir la verdadera Andrea, despertando sentimientos que creía imposibles. Justo cuando descubre todo y decide luchar por ella, el destino juega su mejor carta. ¿Será capaz Santiago de recuperar el amor de Andrea, o será demasiado tarde?
Leer más**ANDREA**
Camino por el pasillo amplio y silencioso de nuestra casa, una mansión más grande de lo necesario, fría como nuestro matrimonio. Las paredes están decoradas con un minimalismo impersonal, como si alguien hubiese contratado a un decorador con la única instrucción de que eliminara cualquier rastro de calidez. Cada rincón parece gritar que aquí no hay lugar para mí, como si fuese una intrusa en mi propia vida.
He sido la esposa invisible de Santiago Benavides durante tres años. Tres largos años en los que él apenas ha notado mi presencia. Desde el principio, nuestro matrimonio fue un acuerdo más que una unión. Dormimos en habitaciones separadas; las de él son amplias y lujosas, en cambio yo prefiero que las mías sean prácticas y sobre todo que estén apartadas. Él solo aparece para desayunar, y algunas noches duerme aquí, aunque nunca conmigo. En el fondo, esta casa es más su escondite que un hogar compartido. Lo veo tan poco que a veces me pregunto si realmente vivimos bajo el mismo techo.
La distancia me ha otorgado una libertad inusual, una que he aprendido a disfrutar con discreción. Mientras Santiago se pierde en sus negocios y reuniones interminables, yo me dedico a supervisar los míos. Lo irónico —y lo que a veces me arranca una sonrisa— es que ni mis padres ni él saben que soy la CEO de la empresa de construcción más prestigiosa. Aprendí a dirigir mi compañía desde las sombras, usando un seudónimo que nadie asocia conmigo, mucho menos con la familia Rojas.
Nuestra relación es un secreto tan bien guardado que solo nuestros padres saben que estamos casados. Para el resto del mundo, Santiago Benavides es un hombre casado, deseado por las mujeres y respetado por los hombres. Sin embargo, nadie conoce a su esposa.
Hoy todo se siente más pesado, como si el aire mismo estuviera cargado de presagios. La tormenta se anuncia en el cielo, y las primeras gotas de lluvia golpean las ventanas de la sala con furia, como si quisieran romper el silencio que pesa sobre nosotros. Santiago está sentado en el sillón, completamente absorbido por una pila de documentos que parecen más importantes que cualquier cosa que yo pudiera ofrecerle. No me atrevo a interrumpirlo, pero me quedo quieta un momento, observándolo desde el umbral.
Su perfil es perfecto, tallado con la precisión de un escultor, su presencia sigue siendo imponente, una sombra que se extiende por la sala, pero lo que más me duele es lo que no se ve. Su corazón, siempre distante, ahora parece más frío que nunca. Me pregunto si alguna vez lo conocí realmente. La soledad que me embarga me ahoga, más fuerte que la tormenta afuera. Nunca me he sentido tan sola.
—Andrea, ¿puedes venir un momento? — su voz suena neutra, casi mecánica, como si estuviera hablando con alguien más, no conmigo. No levanta la mirada de los papeles, y eso me golpea más que cualquier palabra.
Doy un paso hacia él, mi corazón se encoge, preguntándome qué será tan importante como para que me hable directamente, tan desprovisto de la indiferencia habitual.
—Dime, Santiago. — Intento que mi voz suene tranquila, pero por dentro mi alma está al borde del colapso.
Finalmente, deja los documentos a un lado y me mira. Algo en su expresión me detiene en seco. No es el hombre severo y controlador de siempre; ahora luce casi… vulnerable. Es una mirada que jamás creí que vería en él. El extraño giro en su rostro me hace contener la respiración.
—Quiero el divorcio.
Esas tres palabras caen sobre mí como un dardo envenenado, perforando mi pecho con la precisión de un golpe mortal. Sabía que este momento llegaría, pero nunca, por más que lo anticipara, nunca estás preparado para escuchar algo así de los labios de la persona que amas y con la que compartes tu vida, aunque sea a medias.
—¿Por qué? —pregunto, aunque en el fondo sé que no quiero escuchar la respuesta, sé que será algo que no podrá deshacer una vez que lo oiga.
Él suspira profundamente, como si lleva un peso sobre sus hombros, y desvía la mirada hacia la ventana. La lluvia también parece haberse intensificado, golpeando los cristales con más furia, como si el clima estuviera tan desconcertado como yo.
—He encontrado algo… algo que creí perdido. O, mejor dicho, a alguien que ha buscado por mucho tiempo y a quién le debo la vida.
Su respuesta me golpea como una bofetada. Cada palabra me cala, una a una, y en el fondo, una verdad dolorosa empieza a tomar forma. Mis sospechas se confirman con la claridad de una luz cegadora. “Alguien” tiene nombre: Valeria, mi prima. Desde que llegó a nuestras vidas, hace unos meses atrás en una cena familiar, he notado un cambio en él, un cambio que no podía ignorar. Su fría indiferencia hacia mí ha ido cediendo lentamente, y lo que antes era una distancia insuperable ahora se ha transformado en una atención exclusiva hacia ella. La fotos de I*******m de él mirándola, cenando con ella, sonriéndole… todo esto me duele más de lo que me gustaría admitir.
—Entiendo. — Mi respuesta sale rápida, casi automática, sin que mi mente tenga tiempo de procesarla completamente. No quiero que vea el dolor en mi rostro, no quiero que me vea tan vulnerable.
Él parece aliviado, pero su alivio no hace que mi herida se cierre, sino que la abre más.
—No quiero hacerte daño, Andrea. Esto... es lo mejor para ambos. —sus palabras suenan vacías, como si estuviera repitiendo un guion que no es suyo—. Además, jamás hemos sido una pareja. Y un día aparecerá alguien que te amará con locura, que te hará feliz.
Su voz suena vacía de toda emoción genuina, como si estuviera repitiendo algo que ha dicho una y otra vez en su mente, intentando convencerse a sí mismo.
Levanto la cabeza, mirándolo con una mezcla de tristeza profunda y una determinación que, en este momento, me resulta ajena. Él no tiene idea de todo el amor que siento por él, de que mi vida entera ha girado en torno a su felicidad. Mi amor no fue apreciado, y ahora me doy cuenta de que quizás nunca lo fue.
—Si eso es lo que deseas, Santiago, entonces lo aceptaré. — Las palabras salen con una calma que no refleja lo que siento por dentro.
Aunque, en el fondo, sé que mi aceptación no cambia nada. Ya nada lo hará.
Me pongo de pie, le doy la espalda y subo las escaleras hacia mi habitación. Cada escalón que subo me aleja de él, pero no del dolor que llevo dentro. Cuando llego, cierro la puerta y dejo que las lágrimas fluyan libremente. Me derrumbo sobre la cama, abrazando mi almohada.
Miro hacia la mesa de noche y abro el cajón. Allí está mi diario, donde guardo los secretos que nunca me atrevería a decir en voz alta, él no sabe que fui yo quien envió al socio con el cuál alcanzo el éxito, él no sabe que fui yo quien le envió todas esas notas de estudios en la universidad.
Dentro de esas páginas también se esconde una vieja fotografía: una imagen de mi niñez, cuando tenía apenas nueve años, sonriendo junto al lago donde todo cambió.
—Nunca lo sabrás, Santiago. — Susurro al vacío, mientras el dolor en mi pecho amenaza con ahogarme. Vive tu vida feliz con la persona que crees que te salvo la vida.
No sé cuánto tiempo pasa en ese instante de quietud, abrazada por el silencio que he hecho mío. Sin embargo, conforme las horas se arrastran y la lluvia golpea los cristales, una promesa se impregna en mi mente y mi corazón: debo dejar de ser solo una sombra. Soy Andrea Rojas, y esta vez, voy a demostrar la mujer que siempre he sido.
Aferrándome a esa determinación, cierro los ojos y dejo que la tormenta afuera arrulle mis pensamientos. Mañana será diferente.
**SANTIAGO**Meses DespuésEl sueño es tan vívido que por un momento olvido que estoy dormido.Estoy de pie en medio de un campo abierto. La brisa es suave, acaricia mi rostro como si fuera una caricia conocida. El cielo tiene ese tono dorado, ese matiz exacto de los atardeceres que a Andrea le roban suspiros… cálido, nostálgico, lleno de promesas no dichas. Todo está en silencio, hasta que escucho algo. Una risa.Giro lentamente, guiado por el sonido, con el corazón latiéndome en el pecho de una forma que no logro explicar. Y entonces lo veo.A lo lejos, recortado contra la luz del sol, hay un niño. No debe tener más de seis años. Viste una camisa blanca, y unos pantalones cortos color arena que le rozan las rodillas. Está descalzo. La hierba le roza los tobillos mientras se acerca. Su cabello es castaño, ligeramente ondulado, revuelto, rebelde… igual que el de Andrea y se frota los ojos, con ese gesto adorable.Dios mío. Sus ojos… Son como los míos.El niño se acerca con pasos firme
**ANDREA**Después de la boda vino nuestra luna de miel.Y no quise que fuera cualquier lugar. Quería algo más que un destino bonito en las fotos o un resort con pétalos en la cama. Quería que significara algo para nosotros. Así que le dije a Santiago que quería volver a París.No fue una decisión al azar. París fue donde comencé a entender que el amor verdadero no siempre es perfecto. Y ahora, con una nueva vida creciendo dentro de mí, sentía que era el lugar ideal para comenzar este nuevo capítulo.Santiago no lo dudó ni un segundo. Me abrazó, me besó la frente, y me prometió que París esta vez no nos vería llorar, sino reír.Apenas salimos del aeropuerto, un aire distinto me envolvió. Tomamos un taxi, y durante el trayecto, no podía dejar de mirar por la ventana como si fuera una niña descubriendo el mundo por primera vez. Las calles, los cafés, los balcones florecidos… todo me parecía sacado de una postal viva.Cuando bajamos del taxi, Santiago me tomó de la mano. Sus dedos se ent
**SANTIAGO**Un mes después.Estoy aquí, en el altar, con las manos ligeramente temblorosas y el corazón latiendo con una intensidad que me retumba en los oídos. Las flores blancas, las luces cálidas, los bancos repletos de personas que han sido testigos de nuestra historia… todo es perfecto. Pero nada se compara al momento que estoy a punto de vivir.Mi respiración se corta cuando el coordinador de la ceremonia dice, con voz firme:—Aquí entra la novia.Y entonces, el tiempo se rinde. Todo se suspende. La veo.Andrea camina hacia mí como si el mundo entero se hubiera detenido solo para admirarla, como si incluso el aire se hiciera a un lado para no interrumpir su paso. Su vestido cae sobre su cuerpo con una elegancia imposible de describir, revelando apenas la suave curva de su vientre que ya comienza a notarse, ese pequeño milagro que llevamos dentro. Cada paso que da parece extraído de un sueño que alguna vez creí imposible. El velo se desliza con suavidad detrás de ella, el ramo r
**ANDREA**—Nos vamos al hospital —dice Santiago con ese tono que no deja espacio para protestas, con esa autoridad que mezcla preocupación y firmeza, como si necesitara sentirse útil en medio de mi debilidad.No tengo fuerzas para discutir. Apenas asiento, y en cuestión de minutos, ya me lleva envuelta en una manta, como si pudiera protegerme del frío que se me ha instalado dentro del cuerpo. Afuera, la ciudad parece lejana, desdibujada por el vidrio empañado del auto. Las luces parpadean y se alargan como si el mundo girara más lento solo para aumentar mi ansiedad.Santiago conduce con una mano en el volante y la otra sobre mi muslo, presionando con ternura, como si eso bastara para sostenerme. Lo veo tragar saliva una y otra vez, con el ceño fruncido y los nudillos blancos por la fuerza con la que sostiene el volante.—Aguanta un poco más, amor. Ya casi llegamos —me dice sin apartar la vista del camino, pero su voz tiembla ligeramente. Eso me asusta más que cualquier síntoma.Cuand
—Andrea… ¿qué crees que me esté ocultando?Lo miro detenidamente, y por primera vez en mucho tiempo, veo algo distinto en él. Es duda, vulnerabilidad.Me acerco un poco más, sin perder la sonrisa. Le doy un suave golpe en el brazo, uno de esos gestos que usamos cuando queremos romper la tensión sin decir demasiado.—Tranquilo —le digo, con voz serena—. Lo sabremos cuando venga… para el día de mi boda.Sus ojos se levantan de inmediato, como si mis palabras hubieran sido un disparo directo a su atención. La sorpresa se instala en su rostro de forma instantánea. Sus cejas se alzan y sus labios se entreabren, incrédulos, como si acabara de escuchar algo imposible.—¿Te vas a casar otra vez?Asiento con una sonrisa que no puedo ocultar. Hay algo especial en este instante, algo que se siente liviano… reparador.—Nos vamos a casar de nuevo —digo, dejando que las palabras salgan con la emoción justa, sin adornos—. Esta vez como merecemos, sin mentiras, sin escondidas… con todos los que quere
**ANDREA**Es que la noche… aún no ha terminado.Santiago me mira con una mezcla de ternura y deseo. Su frente toca la mía, y nuestras respiraciones se mezclan como si fueran una sola.—Ven —me susurra con la voz baja, ronca, cargada de intención.Sus dedos entrelazan los míos, y me guía por el sendero de luces que se extiende más allá del claro donde me pidió que fuera su esposa otra vez. Mis pasos tiemblan, es como si el corazón no pudiera seguir el ritmo de tanto amor acumulado, tanto deseo contenido, tanta esperanza renovada.Frente a nosotros aparece una pequeña casa de madera, escondida entre árboles altos y sombras suaves. La puerta está abierta, como invitándonos a cruzar un umbral invisible.Adentro, la decoración es cálida, íntima, de esas que invitan a quedarse. Una chimenea encendida lanza destellos anaranjados que danzan sobre las paredes. Hay una alfombra tejida a mano frente al fuego y un lecho amplio cubierto por sábanas blancas que parecen prometer descanso… o tentaci
Último capítulo