**ANDREA**
—Hola, mami... nos volvemos a ver —dice una voz suave, tierna, como un susurro que se cuela entre el viento y me atraviesa entera.
Miro a mi alrededor, envuelta en un paisaje que parece tejido de sueños: campos infinitos de lavandas se extienden en todas direcciones, entonces lo veo.
Un niño, de unos seis años, con esos ojos inmensos llenos de luz que me recuerdan a Santiago, aunque en la forma redondeada de sus pómulos y en la curva dulce de su boca, me descubro a mí misma, como si el universo hubiera decidido mezclar nuestras almas en un solo cuerpo.
Él corre hacia mí, sin miedo, con esa seguridad que solo tienen los que nacen del amor. Me envuelve con sus bracitos pequeños, cálidos, y cuando lo siento tan cerca, cuando su abrazo se cierra sobre mi cuerpo como si siempre me hubiera estado esperando y, sin poder evitarlo, me quiebro.
El llanto simplemente se desborda, no lo puedo contener ni, aunque lo intentara, me nace desde el centro del pecho y se escapa sin pedir perm