**SANTIAGO**
Un mes después.
Estoy aquí, en el altar, con las manos ligeramente temblorosas y el corazón latiendo con una intensidad que me retumba en los oídos. Las flores blancas, las luces cálidas, los bancos repletos de personas que han sido testigos de nuestra historia… todo es perfecto. Pero nada se compara al momento que estoy a punto de vivir.
Mi respiración se corta cuando el coordinador de la ceremonia dice, con voz firme:
—Aquí entra la novia.
Y entonces, el tiempo se rinde. Todo se suspende. La veo.
Andrea camina hacia mí como si el mundo entero se hubiera detenido solo para admirarla, como si incluso el aire se hiciera a un lado para no interrumpir su paso. Su vestido cae sobre su cuerpo con una elegancia imposible de describir, revelando apenas la suave curva de su vientre que ya comienza a notarse, ese pequeño milagro que llevamos dentro. Cada paso que da parece extraído de un sueño que alguna vez creí imposible. El velo se desliza con suavidad detrás de ella, el ramo r