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Visitando A Un Viejo Amigo

El lugar se encontraba en completo silencio, por lo que el eco de sus pasos era más fuerte de lo deseado, incluso casi tétrico si se le sumaba que apenas eran las siete de la mañana y aún la luz del sol no iluminaba todo el recinto por completo.

Adhara miró cada una de las imágenes que se encontraban dispersas por toda la iglesia, mientras apretaba el rosario de madera contra su pecho.

Todo estaba en calma y vacío. La soledad que justamente necesitaba para poner todos sus pensamientos en orden, si es que eso era posible.

Hacía mucho tiempo que no iba a la iglesia, consumida por el trabajo y los problemas, apenas y conseguía tiempo para ir al orfanato de vez en cuando a ayudar a la madre superiora en lo que podía.

Llegó hasta una de las bancas más alejadas y sus ojos se clavaron en la imagen del crucificado.

Una lágrima bajó por su mejilla y por primera vez en muchos días, dejó de fingir que era fuerte y podía con todo, quebrandose por completo, dejando al desnudo su vulnerabilidad, su miedo, la incertidumbre que la abrumaba y permitiéndose llorar todo lo que había ocultado con sonrisas.

Porque ya no podía más.

Estaba cansada, abatida... Perdida.

No encontraba el rumbo, había perdido el camino entre el miedo y la angustia, la incertidumbre y el desasosiego. Y su corazón ya mutilado, dolía con cada latido.

Sus sollozos rompieron el silencio de la iglesia. Sus lágrimas lavaron el polvo del piso y sus piernas sucumbieron al peso que la agobiaba.

Lloró por todo y al mismo tiempo su mente le repetía que lloraba por nada.

Estaba rota y abrumada por tantas preguntas sin respuesta, por anhelar hacer mucho y al final no poder hacer nada.

- Llora todo lo que quieras, nadie va a juzgarte.- Aquella voz que Adhara tanto conocía llegó a sus oídos como un murmullo de brisa, calmando por un momento la tempestad en su interior.

Se limpió las lágrimas con las mangas de su suéter desgastado y se puso en pie aún tambaleante, clavando sus ojos en el hombre de cabellos grises que se encontraba sentado tranquilamente a su lado, mirándola con cariño.

- Padre Narciso.- Adhara pronunció con voz nasal, sentándose al lado de este.

- Hace días que no te veo por aquí, aunque me alegra saber que siempre buscas ayudar en el orfanato.- El hombre desvió su mirada y la clavó en el altar.

La chica también miró hacia ahí, dejando que sus ojos se concentraran en el titilar hipnótico de la luz de las velas, mecidas por la leve brisa de la mañana.- Digamos que la vida de adulto no es tan fácil como la pintan.- Ella pronunció con sinceridad.- Ser independiente es más difícil y cansado de lo que aparenta.- Suspiró sonoramente, tratando de recuperar la compostura.

- Es un proceso que todos debemos enfrentar y mucho más difícil para personas cómo tú.- El hombre le sonrió.- Sé que ya me dijiste que no, pero la oferta aún sigue en pie. No te diré que ganarás miles, pero si sigues tus estudios, al menos tendrás un trabajo digno y no tendrás que andar metida en lugares de mala muerte.

- No quiero ser una carga para el estado ni para nadie, suficiente lo he sido durante todo este tiempo.

- Ya te he dicho que no eres ninguna carga para nadie.- El sacerdote la reprendió con suavidad.- Además, las becas están abiertas para todo el que quiera superarse y en tu caso, el estado ganaría más, pues eres una chica inteligente y podrías hacer muchas cosas que pueden beneficiar a la sociedad.

- Lo pensaré.- Adhara le sonrió agradecida por sus palabras.- Aunque por el momento es imposible pensar en ello.

- A ver muchacha. ¿Qué es lo que realmente te pasa?.- El hombre preguntó con seriedad.- Y no me digas que nada porque te conozco desde cuando apenas tenías sólo días de nacida, así que no puedes engañarme. Sé que hay algo más que te preocupa y que te da vueltas por esa cabecita, porque nunca te había visto así.- Adhara desvió la mirada, pues temía romperse de nuevo ante tan atento escrutinio.

Se quedaron en silencio durante un rato y aunque el hombre quería saber que pasaba, no iba a presionarla.

Adhara siempre había sido una chica compleja, él más que nadie lo sabía y por eso había aprendido que presionarla no era algo inteligente, pues podía llegar a ser contraproducente.

Estaba a punto de buscar otro tema de conversación, cuando la pelinegra rompió el silencio.

- Es... Es una larga historia.- Adhara pronunció en un susurro, obligando a sus cuerdas vocales a obedecer.

- Tengo aproximadamente 40 minutos antes de que comience la eucaristía, tiempo suficiente para que me pongas al día si así lo deseas.- El mayor pronunció, mirando su reloj.- Tengo un buen café que aún no he probado y con compañía estoy seguro que tendrá mejor sabor.- Se puso en pie y miró a la chica sonriente.

Adhara le correspondió el gesto y se puso en pie para seguirlo hasta la casa cural, lugar en el que ya había estado varias veces, especialmente cuando la madre superiora la castigaba y la enviaba ahí a limpiar.

El mayor empezó a moverse por la estancia, hasta que llegó a la mesa en dónde la chica ya se había acomodado con dos tazas de café humeante.

- Bien.- El sacerdote pronunció extendiendole un trozo de pan y tomando asiento.- Soy todo oídos.

- Parece señora chismosa.- Adhara pronunció en broma.

- Soy humano además de sacerdote. Pero la diferencia es que lo que digas aquí, aquí se queda y no te irás con la pena de que después lo sepa media ciudad.- Él respondió riendo, tratando de hacerla sentir cómoda.

- Han pasado muchas cosas.- Adhara pronunció con cansancio.- Desde un nuevo cliente en el bar dónde trabajo que por alguna razón me da mala espina, hasta un hombre al que encontré malherido en un callejón y que aún está en coma.

- ¿Qué estás diciendo?.- El sacerdote preguntó sorprendido.

- Sí. Fue hace...

Adhara comenzó a relatarle al sacerdote todo lo que había pasado, desde el robo de su bicicleta en lo cuál tuvo que hacer un esfuerzo para no decir una palabra que le ganara una regañina de parte del sacerdote, aparte de que este quisiera bañarla con agua bendita, hasta cómo había visto como abandonaban a aquel pobre hombre a su suerte después de aquella golpiza inhumana.

- ¿Estás segura que nadie te vió Adhara?.- El sacerdote preguntó preocupado.

- Segurísima padre.- La pelinegra respondió sin titubear.

El sacerdote suspiró sonoramente.- Eso es bueno. La delincuencia organizada cada día va a peor y podían haber represalias contra ti si te descubrían. Es lamentable como el gobierno se hace el ciego con tal de seguir recibiendo su parte de beneficios.- Adhara asintió, dándole la razón.- ¿Y dices que no encontraste ningún documento?.

- No padre y eso es lo que más me intriga.- La chica respondió, dándole un sorbo a su café.- Si hubiera sido un robo lo hubieran dejado con los bolsillos lavados, pero, ¡Todo estaba ahí!. El dinero, el reloj caro, el celular... ¡Sólo sus documentos no estaban por ninguna parte!.- La chica pronunció enumerando todo con sus dedos.

- La verdad es que si está raro y pone mucho en que pensar. Pareciera que no querían que nadie lo reconociera.

- ¡Eso mismo pensé yo!.- Adhara secundó aquella conclusión.- Lo peor es que sin sus documentos no puedo saber absolutamente nada de él, mucho menos puedo buscar a sus familiares.- Adhara pronunció con cansancio.- He buscado en todos los periódicos desechados, pero en ninguno he encontrado algo sobre algún desaparecido.

- ¿No has preguntado a tus compañeros de trabajo?.- El sacerdote preguntó con seriedad.

- No.- Adhara respondió.- He pensado en hacerlo, pero tengo miedo que mi imprudencia pueda hacer que los que le hicieron eso den con su paradero y aprovechándose de su vulnerabilidad intenten hacerle daño de nuevo.

- Tienes razón.- El sacerdote asintió repetidamente.- Y la policía no es una opción, al menos no la de aquí. Ya sabemos que ellos también se venden al mejor postor.

- No sé que hacer padre.- La chica dejó salir sus miedos.- Sé que hice lo correcto al ayudarlo, pero ahora no sé si voy a meterme en un lío.- La frustración se coló en su voz.

- Está bien hija, tranquila. Debemos esperar a que despierte y ver que sucede. No saquemos conclusiones antes de tiempo.- El mayor trató de tranquilizarla, consciente de sus miedos.

- Yo no creo que sea un delincuente.- Adhara pronunció sus pensamientos en voz alta.- No tiene pinta de uno. No tiene tatuajes ni percings, además andaba bien vestido, al menos antes de que lo atacaran. Más parece un empresario ricachón de esos que salen a veces en televisión.- Pronunció pensativa.

- No todos los delincuentes visten harapos y llevan armas y tatuajes.- El sacerdote la miró condescendiente ante su ingenuidad.- Algunos llevan saco y corbata y otros, aunque me duela decirlo, incluso llevan sotana. No te dejes engañar por las apariencias.- Sentenció, antes de ponerse en pie y recoger las tazas.

- Tiene razón padre, a veces olvido que hay gente muy mala y no lo parece.- La chica refunfuñó, pensando en sus padres que la abandonaron.

El repique de las campanas la sobresaltó en su asiento, haciéndola saltar asustada.

- Creo que es hora de que este viejo achacoso empiece a alistarse.- El hombre pronunció al ver la hora en el reloj de pared.- Trata de venir por aquí más seguido y mantenme al tanto de cualquier eventualidad referente a lo que acabamos de hablar.

Adhara asintió, mientras veía al sacerdote limpiarse las manos en una tolla gastada.- Está bien padre. Ahora me voy. Ya casi es hora de entrar a mi trabajo y ahora ya no tengo bicicleta, así que debo caminar.

La pelinegra recogió sus cosas, lista para marcharse.

- Yo iré a la capital el fin de semana, pues monseñor ha solicitado mi presencia. Trataré de investigar sobre algún caso de desaparición reciente en la ciudad o en algún otro lugar y te informaré.- El sacerdote se acercó a ella.- Mientras tanto tú siempre anda con cuidado y no descuides la oración, de lo contrario, tendremos serios problemas.- Sentenció con fingida seriedad.

- Sí señor.- Adhara pronunció con un saludo militar que hizo reír al mayor.

- Bien. Ahora ven.- El sacerdote le indicó acercarse.- No te puedes ir sin que te dé la bendición.

Adhara se acercó e inclinó su rostro, mientras dejaba que el mayor hiciera lo suyo.- Ahora ve con cuidado muchacha y no te confíes de nadie.

- Gracias padre.- Adhara pronunció sonriente.- Usted también cuidese y procuraré venir el domingo a ver que noticias me tiene. ¡Nos vemos!.- Adhara se despidió con la mano, antes de salir casi corriendo del lugar.

- ¡Nos vemos!.- El mayor respondió sonriente, viéndola alejarse y negando con la cabeza divertido.

Esa chica era única y esperaba que tanto esfuerzo y bondad, tuvieran su merecida recompensa y que hubiera alguien capaz de apreciar tan grande tesoro.

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