Anónimo

Los tenues rayos del sol se colaban entre las cortinas color vino que bailaban al ritmo del viento, con un vaivén tranquilo que parecía más una caricia, iluminando un poco la lúgubre habitación.

Un hombre se encontraba sentado en una silla de alto respaldo de cuero, de espalda a la ventana y frente a un gran escritorio lleno de papeles, con un cenicero, una laptop y rodeado de enormes estanterías, de dónde varios libros sobresalían sin problema.

Su mirada oscura se encontraba perdida, fija en un punto inexistente, mientras entre sus dedos, un cigarrillo encendido poco a poco se reducía a cenizas.

No tenía más de treinta y cinco años, aunque su ceño fruncido y la mueca de fastidio que adornaban su rostro, lo hacían parecer de mayor edad.

Miraba hacia la nada, sumido en un torbellino de emociones y pensamientos que parecían preocuparle.

Habían pasado apenas unos días de lo sucedido y aún no tenía la más mínima idea de lo que había sido de aquel pobre imbécil.

No tener noticias era algo aparantemente bueno, pero también podría resultar contraproducente si aquel infeliz había logrado salir ileso, eso era algo que definitivamente le jugaría en contra.

Por eso había enviado a hacer una investigación exhaustiva, pero aún no tenía nada.

Escuchó la puerta abrirse y rodó los ojos mientras apagaba el cigarrillo y lo lanzaba al cenicero.

- ¡¿Cuántas veces te he dicho que no entres sin tocar?!.- Exclamó sin siquiera levantar la mirada.

La rubia simplemente se limitó a hacer una mueca. Odiaba que la reprendiera por cosas sin sentido.

-¡Hay por favor!, ¡Deja de ser tan dramático hombre!.- Entró a la oficina, cerrando la puerta y caminando de manera sensual con su vestido rojo y ajustado.

Se sentó en un sofá que se encontraba en el lugar, con una mueca de desgano al ver que el hombre ni siquiera le prestaba atención.

- Ya te dije que eso es una falta de educación y yo detesto a las personas mal educadas.- El hombre alzó la vista y sus penetrantes ojos negros como un profundo agujero se clavaron en la mujer, quien no pudo evitar tragar nerviosa.- Aunque claro, que puedo esperar de una mujer callejera como tú.

Su sonrisa burlesca y su mirada socarrona molestaron a la mujer. Si algo odiaba era que le recordaran de dónde venía, había sacrificado muchas cosas para salir de ese mugrero como para que aquel idiota se lo recordara.

- Así que en otra vez toca la puerta, o haré que lo aprendas a la fuerza sino quieres hacerlo por las buenas.- El hombre se puso en pie y se acercó peligrosamente a ella.

- No me amenaces.- La mujer murmuró entre dientes, lamentando su arranque de valentía.

El hombre la tomó del cuello y la presionó contra el sofá, los ojos de la mujer se abrieron como platos, mientras tomaba el brazo del hombre con ambas manos, tratando de quitarselo de encima.

- Que no se te olvide quién soy, ni tampoco como has llegado a dónde estás.- El hombre presionó con más fuerza, haciendo que la mujer se asustara aún más.- Tú sólo eres una insignificante hormiga ante mis ojos, a la que puedo aplastar cuando se me dé la gana. Así que comportate o juro que tu vida será mucho más miserable que cuando te encontré.

La soltó de golpe, limpiandose las manos con un pañuelo después de haberla tocado y regresando nuevamente al lugar dónde estaba, encendiendo un nuevo cigarrillo.

La mujer jadeo por aire, sintiendo sus ojos llorosos, el miedo le había atenazado las entrañas como nunca y no quería tentar nuevamente su suerte.

Aquel hombre era un demonio. ¡Había sido una completa estúpida por aceptar unirse a él!, Más ya nada podía hacer. Tratar de retractarse era un suicidio.

Se levantó tambaleante y sobando su cuello se dispuso a largarse de aquel lugar.

- Cierra la puerta cuando salgas.- La voz ronca del hombre inundó sus oídos.- Y te quiero lista para servirme en mi habitación a la misma hora de siempre. Espero seas puntual, o será otra cosa de las que debo enseñarte que añadiré a la lista.

La mujer asintió, abrió la puerta y la cerró con sumo cuidado, consciente que justo en aquel momento sólo podía obedecer si quería seguir con vida.

El hombre se quedó sólo nuevamente, con una sonrisa siniestra en su rostro: Le haría pagar muy caro su estupidez. Después de aquella noche, no quedaría con deseos de volver a responder sin su autorización.

Tomó un documento del escritorio, listo para leerlo, cuando dos toques perentorios en la puerta le volvieron a interrumpir.

Lanzó la carpeta furioso, listo para moler a golpes a quién sea que estuviera al otro lado.

-¡Adelante!-. Su grito dejaba claro que no estaba para juegos.

Un hombre de traje abrió la puerta despacio, ingresando al lugar y cerrandola muy a su pesar, pues compartir el mismo aire que aquel hombre en un espacio cerrado, no era agradable.

Antes de que el hombre preguntara se adelantó, aún sabiendo que eso sólo desataria al monstruo, pero no le quedaba más opción.

- No está por ningún lado.- El hombre dijo apresuradamente.- Es como si se lo hubiese tragado la tierra.

-¡¿Qué carajos estás diciendo?!.- Los papeles y todo lo que estaba en el escritorio, fue lanzado al suelo con furia, el hombre estaba fuera de sí.

- También descubrí que Adriano ya asumió la presidencia de la empresa, tal como estaba estipulado y también se rumorea que ha contratado investigadores privados, aunque nadie tiene la más mínima idea de quienes son, ya que todas las reuniones han sido en secreto. El Señor Lombardi también ha ofrecido una jugosa recompensa a cualquier persona que pueda otorgar información y su esposa está decidida a apoyar al señor Adriano.

El hombre se quedó callado, con la cabeza gacha y las manos apoyadas en el escritorio, su respiración era irregular debido a la rabia, y sus manos se convirtieron en puños al escuchar la última parte.

- Sigan buscando. No me importa como, pero tienen que encontrarlo.- El hombre ordenó.- Si está vivo, lo matan en el acto y lanzenlo a un lugar en el que no puedan econtrar ni siquiera sus huesos, si está muerto... Le ayudaré al señor Lombardi a cumplir su deseo, y le daré los restos de su amado hijito para que lo entierre.

El hombre asintió, deseando largarse de aquel lugar asfixiante cuanto antes.

-Ya puedes largarte y sigueme informando de todo.

- Con permiso.- El hombre se retiró de inmediato, antes que su jefe tuviera otro arranque de rabia y él terminara pagando los platos rotos.

Cuando la puerta se cerró, el hombre alzó el rostro. Odio puro reflejaban sus ojos, una sed de sangre imposible de calmar.

- Tiene que estar muerto, él tiene que estar muerto. ¡Ese miserable no puede estar vivo!.- Sus palmas golpearon la superficie de madera pulida.

Se dejó caer nuevamente en su silla.

Definitivamente tenía que estar muerto.

Recordó como lo dejaron. ¡Era imposible que alguien pudiera sobrevivir en aquel estado!.

Con aquel pensamiento pudo tranquilizarse un poco, pues con él fuera de su camino, quitar al tonto de Adriano de su camino para que no le estorbara sería fácil.

Cruzó las piernas y miró el desastre en el suelo: ya llamaría a una de las criadas para que limpiaran y de paso, le sacaran un poco de la rabia que llevaba en su interior, al menos, mientras conseguía a la chica que desde hacía días le estaba robando el sueño.

Recogió su celular y desbloqueo la pantalla, buscando entre su galeria aquella fotografía.

La miró con detenimiento y sonrió: después de deshacerse de todos los problemas, traería a la chica a casa, la disfrutaría y acabaría con aquella tortura. No descansaria hasta que fuese suya.

Él siempre obtenía lo que quería y ella no sería una excepción.

Sonrió antes de ponerse en pie y llamar a una de las sirvientas, más tarde se encargaría de darle una lección a la tonta de su mujer, y a la cualquiera de su amante, por el momento disfrutaría de lo que tenía, mientras se llegaba el momento de por fin poder poseer a aquella dulce joven que tan loco lo tenía.

Porque cuando la tuviera entre sus garras, no la dejaría escapar hasta estar satisfecho.

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