Angustia

- ¡Estoy matada!. Deberían ponerle un límite de consumo a los borrachos, así no habría este tipo de incidentes que me roban el apetito.- Rosario bufó molesta, mientras lanzaba todos los utensilios de limpieza en un cuartucho.

- Sabes que es precisamente de dichos consumos que nos pagan.- Adhara le sonrió divertida, mientras también lanzaba sus instrumentos al mismo lugar.

Un súbito mareo la obligó a sujetarse de la puerta con fuerza, tratando de no caer de lleno al piso.

- Adhara. ¿Estás bien?.- Rosario se acercó a ella de inmediato, sujetandola por los hombros.

- Sí... Sí estoy bien. Sólo... Sólo creo que este mal olor me está pasando factura.- Adhara trató de tranquilizarla, pero Rosario ni siquiera intentó creerle.

Ya hacía varios días que había notado que algo sucedía con la pelinegra.

Estaba cada vez más delgada y las ojeras en sus ojos cada vez eran más pronunciadas. Se mareaba con facilidad y miraba su teléfono a cada instante, cómo si esperara algo.

Quería preguntarle que pasaba y si había algo en lo que podía ayudarle pero, era tan desconfiada que sacarle la verdad era tratar de que una piedra cantara ópera, por lo que decidió sólo observar de lejos, lista para cuando ella la necesitara.

- Vamos a las duchas.- Rosario propuso, tratando de disipar el malestar en su interior.- Después de bañarte seguramente desaparecerá este nauseabundo olor y te sentirás mejor.

Adhara asintió con la cabeza, mientras trataba de recuperarse y obligar a su cuerpo a obedecer sin rechistar.

Era consciente de que Rosario simplemente estaba preocupada pero, no podía decirle nada. No, sabiendo que la vida de alguien más dependía de su silencio.

Le tenía mucho aprecio y cariño, era lo más cercano a una amiga que había tenido en su vida pero no podía simplemente confiar en ella si ni siquiera era capaz de confiar en sí misma.

Tomó lo primero que encontró en su casillero, antes de caminar hacia las duchas, dónde dejó que el agua lavara no sólo el hedor a vómito que se había impregnado en ella después de fregar el piso, sino también todo el cansancio y la preocupación que habían embargado su cuerpo esos días.

Su mente no tenía descanso alguno, pues el insomnio y la incertidumbre de lo que pasaría la mantenían en vilo constante.

El paso de los días sin ninguna noticia favorable sólo aumentaban su paranoia y su angustia.

Restregó su cuerpo con tal fuerza, que su piel un poco curtida por el sol se volvió rojiza, tratando de regresar el alma a su cuerpo y estar lo suficientemente despierta para alcanzar a llegar a su casa.

- Aguanta.- Susurró, mientras dejaba que el agua acariciara su piel.- Ya pasado mañana es domingo y dormirás hasta que se te dé la gana y luego podrás ir con el padre y saber si pudo investigar algo útil. Sólo... Aguanta dos días más.

Salió del pequeño cubículo y se paró frente al espejo, mirando cada rincón de su cuerpo con un deje de insatisfacción.

Siempre había sido de complexión delgada, pero ahora había llegado a un punto exagerado de esta, pues su vientre se había vuelto tan plano, que incluso se encontraba hundido, haciendo visible sus costillas.

Sus mejillas también estaban hundidas y parecía muerta en vida.

Su cabello negro, que llegaba abajo de su trasero, se encontraba hecho un nido y el miedo a peinarlo le apretaba el pecho, pues cada vez que lo hacía, la mitad se quedaba en su cabeza y la otra mitad se iba directamente al piso.

- Adhara... ¿Estás ahí?.- La voz de Rosario llegó desde el otro lado de la puerta, sobresaltando a la joven.

- Si - Sí.- La chica tartamudeó su respuesta.- Sí. Estoy cambiandome. Ya voy.- Pronunció mientras tomaba la ropa y empezaba a vestirse con prisa.

Un mohin de inconformidad desfiguró sus facciones, al ver que aquel jeans que días atrás le quedaba bien, ahora amenazaba con dejarla semidesnuda de un momento a otro.

Tomó una coleta y anudó dos de los porta cincho, para evitar cualquier tipo de vergüenza.

- Adhara... Me estás preocupando.- Rosario mencionó apenas esta abrió la puerta del cubículo y vió como aquellas ropas parecían dos tallas más de la adecuada.

- Lo lamento, es sólo que, tengo muchas cosas en mi cabeza y a veces pierdo la noción del tiempo.- ¿Sería demasiada imprudencia de su parte compartir con Rosario un poco de su carga?.

"No, no sería imprudente, pero sí egoísta. Ella tiene sus propios problemas, no es justo que la agobie con los míos". Se dijo así misma, tratando de autoconvencerse.

- Bien, pero, sabes que cuentas conmigo, ¿Cierto?.- Rosario la tomó de los hombros, obligándole a verle a los ojos.

- Sí, lo sé y gracias.- Adhara trató de regalarle una sonrisa, la cuál sólo terminó convertida en una mueca.- Vamos. Ya casi abren.- Dijo mirando el reloj en su muñeca, tratando de desviar el tema.

Rosario simplemente se limitó a asentir, antes de seguirla.

Llegaron a la cocina, dónde un hombre de cabello azul eléctrico y alborotado, ya se encontraba arreglando su uniforme.

- ¡Oh niña mía!.- Exclamó cuándo al levantar la vista, sus ojos vieron el semblante demacrado de la pelinegra.- ¿Pero qué pintas son esas corazón?.- Preguntó acercándose, tomando su mentón suavemente y girando su rostro de lado a lado.

- No es nada Fede. Supongo que necesito unas vacaciones para poder dormir como oso en hibernación.- Adhara hizo un puchero juguetón.

- ¡No es broma niña!.- El chico la reprendió con seriedad.- Sin ofender querida, pero estás hecha un asco.- Se estremeció, mientras negaba con la cabeza.

- Yo siempre he sido un asco.

- ¡Oh no, claro que no!. ¡Tú eres la chica más hermosa que existe en este lugar!. Sin ofender Rosi.- Dijo mirando a la latina, quién sólo asintió sonriente.- Y conste que lo digo yo que sólo tengo ojos para esos bombones de hombros anchos y pectorales de infarto.- Empezó a hiperventilar con sus manos, haciendo reír a la chica y también a Rosario.

- ¿A qué nuevo prospecto le has echado el ojo esta vez?.- Adhara preguntó divertida, ante los arranques del hombre de cabello azul.

- Por el momento no he visto nada bueno.- Respondió mirando sus uñas.

- Creí que al igual que Georgia estarías babeando por ese ricachón de la capital.

- ¿Te refieres a Giovanni Lombardi?.- El hombre enderezó su espalda de inmediato.

- Ammmm. No lo sé. Supongo que sí.

- ¡Ash, por favor!. Esa niña no tiene idea de lo que hace.- El semblante de Federico se volvió serio, algo que no era común en él.

- ¿Por qué lo dices?.- Adhara preguntó curiosa ante el repentino cambio del peli-azul.

- Saben que a mí no me gusta el chisme...

- Sí, como no.- Rosario dijo de forma burlesca.

- Es en serio.- Federico la fulminó con la mirada, haciéndola reír, pues todos sabían que era peor que las señoras del barrio en el que vivía en su tierra natal.- Si voy a contarles esto a ustedes, es porque son unas niñas buenas y decentes, para que no se confíen y se anden con cuidado.

- Desembucha.- Rosario haló un pequeño taburete y se sentó cerca del chico, mientras Adhara seguía su ejemplo.

Este se inclinó, cómo si lo que fuera a contarles, fuese algo de vida o muerte.

- Se dice que tiene problemas para controlar su ira y que siempre le ha tenido envidia a su hermano menor, por lo que siempre le anda dificultando las cosas. Incluso dicen que le robó a la novia y siempre trata de dejarlo mal parado con sus padres. Dicen que siempre ha sido el niño mimado de casa y que como siempre ha obtenido lo que quiere sin más, nunca acepta un no por respuesta, por lo que es frío y cruel y cuándo desea algo, no descansa hasta obtenerlo, sin importarle los medios para alcanzarlo.

Adhara y Rosario se miraron entre sí, con una extraña sensación en el pecho.

- Pero... Pero son sólo rumores, ¿Cierto?.- Rosario preguntó tragando grueso, con un toque de pánico en la voz.

- Rumores o no, la verdad es que a mí en lo personal nunca me ha agradado.- Federico alzó sus manos.- Tiene un no sé que que te hace desearlo lo más lejos de ti posible. Es cómo si su sola presencia gritara peligro. Yo les recomiendo mantener distancia, es mejor decir aquí comió que aquí quedó.

- Querrás decir: "Aquí corrió que aquí murió ".- Rosario completó entre risas.

- Bueno, ¡Eso!. En fin. No importa. Lo importante es que no se dejen embaucar y deslumbrar por los lujos cómo la cabeza hueca de Georgia.- Federico volvió a advertirles.

- Gracias Fede. Lo tomaremos en cuenta.- Adhara le sonrió.

Federico estaba a punto de decir algo más, cuándo risas femeninas se dejaron oír en el pasillo, haciendo a todos poner su mejor cara de disgusto, al reconocer a quiénes pertenecían.

- Vamos... No soporto el hedor a víbora.- El peli-azul dijo mientras abanicaba su nariz, haciendo una mueca de asco.

- Tienes razón. Yo también me voy.- Adhara tomó su bolso desgastado.- Esta es mi noche libre así que, buena suerte conviviendo con las arañas.

- ¡Adhara!. Eres cruel mujer.- Rosario hizo un puchero que le causó gracia.

- Vámonos querida. Después será nuestra venganza.- Federico empujó a la latina hacia afuera, mirando a Adhara con aire ofendido, haciéndola reír.

Esta negó con la cabeza y salió por la puerta trasera, ignorando los gritos que se desataron apenas cerró esta tras de sí.

Seguramente ya había comenzado la fiesta...

Negó y se dió la vuelta, antes de que la tentación fuera más fuerte y decidiera regresar.

La tarde estaba tranquila y por primera vez en semanas, los colores naranjas del atardecer se asomaban tímidamente en el cielo.

Caminó despacio, disfrutando de la brisa, mientras sus pies la dirigían al hospital, cómo ya se le había vuelto rutina.

Sacó de entre los pliegues de su desgastado abrigo, un pequeño libro de poesía que Francesca le había regalado en uno de sus cumpleaños.

Había decidido estimular el cerebro del hombre de la manera que fuera con tal de que este despertara y para dicha tarea, todos los días le contaba sus ires y venires y ahora cambiaría la táctica.

La recepcionista le sonrió afable cuándo esta, con un pequeño gesto la saludó al pasar por ahí.

Ya nadie se admiraba de verla ahí seguido, ya todos la conocían y ni siquiera necesitaban preguntarle que necesitaba, pues ya sabían el motivo de su presencia.

Llegó frente a la puerta de la habitación 14, en cuyo interior se encontraba aquel extraño que había roto su monótona vida.

Entró al lugar y después de dejar su mochila en el suelo, sacó de esta un paquete de toallitas húmedas y comenzó a limpiar al hombre.

Se alegraba que ya no estuviera en cuidados intensivos, pero su falta de reacción, aún la mantenía preocupada.

- Bien.- Murmuró después de terminar su labor en completo silencio.- Te acompañaré un rato, antes de regresar a mi casa y dormir, porque siento que mis ojos pesan mucho.

Se agachó para coger el libro de su bolso, cuándo el cambio brusco del ruido de la máquina a su lado, la hizo saltar en su lugar.

Los números en la pantalla bajaban de forma alarmante y el hombre en la cama comenzó a convulsionar.

- ¡Ayuda!.- Gritó desesperada, corriendo hacia la puerta y abriendola de un tirón.

Una enfermera corrió hacía ahí, seguida de un médico.

Entraron apresurados y las palabras del hombre fueron un golpe directo al estómago de la pelinegra.- ¡Está sufriendo un infarto!.

Sus pies se volvieron plomo y el corazón se le hizo un puño de la angustia.

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