Sus ojos pesaban horrores y sus párpados se negaban rotundamente a elevarse.
Su cuerpo se sentía exhausto y su mente confundida sólo le enviaba pequeños retazos de cosas que ni siquiera tenían un ápice de sentido.
Lo único que no le resultaba confuso era aquella calidez a la que se aferraban sus brazos con más fuerza de la que realmente sentía, pero que era lo único que no permitía que cayera nuevamente al abismo.
Respiró hondo y con mucho esfuerzo, obligó a su cuerpo entero a obedecer, sin importarle que este pusiera protestas sin tregua, consciente que no podía quedarse todo el día de aquella forma.
La oscuridad absoluta la recibió con los brazos abiertos y lo primero que pensó era que estaba dentro de un sueño y que aún no había logrado desperatar, hasta que sintió como su brazo subía y bajaba al ritmo de una respiración que no era suya.
Palpó con su mano y la tela de una camisa se deslizó entre sus dedos, mientras tocaba lo que parecía ser una tabla con movimiento y temperatura.
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