Adhara se preparaba para ir al bar, a soportar una nueva jornada de trabajo que justamente ese día no le hacía ninguna gracia.
Era viernes y eso sólo significaba una cosa: probablemente Giovanni Lombardi estaría ahí.
No sabía por qué pero un raro presentimiento la perseguía desde la mañana y las ganas de quedarse en casa junto al ojiazul la estaban haciendo dudar de su decisión.
- Si no quieres ir no vayas. Di que aún te sientes mal.- Mattia trató de persuadirla por enésima vez en el día.
- Ya falté el día de ayer y no me puedo dar el lujo de faltar de nuevo.
- Entonces ten cuidado Adhara, te lo pido.- Mattia la tomó de la mano al verla salir de la habitación y suplicó al ver que no podía convencerla de lo contrario.
Su voz era apenas un susurro y sus ojos una súplica latente.
Sentía el corazón en la garganta, apretando su pecho de manera sofocante, deseando que la pelinegra no se fuera, con una angustia que no sabía de dónde venía apretando sus entrañas.
- Tranquilo Mattia. Todo va a