Amatista se dejó caer sobre la cama de la suite, el cuerpo hundiéndose entre las sábanas suaves mientras sus pensamientos zumbaban como un enjambre de abejas. Había mucho que procesar tras su encuentro con Isabel, pero no podía evitar sentir una mezcla de alivio y melancolía. Isabel le había confesado verdades que dolían como un hierro candente, pero al mismo tiempo, saber que Romano siempre quiso decirle la verdad le daba un extraño consuelo.
Romano. El hombre que había sido un padre para ella, que la había criado con afecto genuino. Su amor no había sido una fachada, y eso lo hacía todo más soportable. Cerró los ojos y exhaló profundamente, intentando calmar la maraña de emociones. Era demasiado para procesar en un solo día, y su cuerpo agotado le exigía un descanso que no podía rechazar.
El tiempo se le escurrió entre los dedos mientras dormitaba, hasta que el sonido familiar de su teléfono la hizo parpadear. Aún medio dormida, estiró la mano hacia la mesita de noche y respondió si