Amatista despertó temprano aquella mañana, sintiendo el peso de los últimos días en sus hombros. Desde que Enzo había traído todas sus cosas, incluida su computadora portátil, una chispa de determinación había comenzado a encenderse en su interior. Sabía que no podía quedarse estancada, y aquella oportunidad era demasiado valiosa como para dejarla pasar.
La luz del sol entraba tímidamente por las cortinas de la suite, iluminando la habitación con un resplandor suave. Aún en bata, con el cabello alborotado y los pensamientos claros, encendió la computadora que descansaba sobre el escritorio. Al abrir la carpeta de proyectos que tanto tiempo le había tomado perfeccionar, sintió un nerviosismo que no había experimentado en mucho tiempo.
Aquellos bocetos eran más que simples diseños; eran fragmentos de su alma. Había trabajado en ellos en silencio, bajo la recomendación y guía de un antiguo profesor que había visto en ella un potencial extraordinario. Fue él quien mencionó que la empresa