La mañana llegó con una bruma suave sobre el lago, pero dentro de la casa, la atmósfera estaba cargada de una tensión expectante. Hoy no era un día para rutinas titubeantes o conversaciones cautelosas. Hoy era el día en que el futuro de Felipe sería diagnosticado no por médicos rurales sobrecargados, sino por la élite de la medicina pediátrica mundial.
Una clínica privada en la capital del sur, discreta y equipada con tecnología que parecía sacada de una película de ciencia ficción, fue el lugar elegido para el examen. Enzo había movilizado sus recursos con una eficiencia aterradora. No hubo listas de espera, ni trámites burocráticos. Solo un silencio reverencial y la presencia de dos eminencias canosas, el Dr. Vogel de Suiza y el Dr. Kostas de Grecia, que los recibieron con una seriedad profesional que, sin embargo, no lograba ocultar un destello de curiosidad ante el hombre poderoso que los había convocado desde sus respectivos países en menos de veinticuatro horas.
Amatista sostení