La mañana amaneció con una brisa cálida que acariciaba las copas de los árboles en los alrededores de la mansión Bourth. Los días transcurrían plácidos para Enzo y Amatista en compañía de Alicia y Alessandra, cuya energía juvenil llenaba los espacios con conversaciones alegres y planes espontáneos. La convivencia era tranquila, marcada por momentos de risas y el creciente vínculo entre las cuatro personas que compartían el techo de aquella majestuosa residencia.
Esa mañana, Enzo y Amatista partieron temprano con un propósito especial: entregar las llaves de una nueva casa a Rose y su novio, Nicolás. El regalo era fruto de la propuesta de Enzo, quien había notado cuánto significaba Rose para Amatista durante su vida en la mansión del campo. Aunque el momento fue breve, la emoción que Rose expresó al recibir la llave se grabó en la memoria de Amatista, quien se despidió con un abrazo cálido y la promesa de visitarlos pronto.
Enzo, sin embargo, debía atender una reunión con algunos de su