El rugido grave del motor de la camioneta negra rompió la serenidad del exclusivo club de golf, atrayendo las miradas curiosas de los socios presentes. Enzo Bourth estacionó con la precisión que lo caracterizaba, bajando del vehículo con su porte elegante, pero algo distinto en él llamaba la atención. Vestía unos pantalones oscuros perfectamente entallados y una camisa azul claro con el primer botón desabrochado, dejando entrever las marcas que surcaban su cuello y parte de su pecho. Aquellas evidencias, junto a su semblante ligeramente fatigado, sugerían que la noche anterior había sido todo menos tranquila.
Con pasos seguros, se dirigió hacia el grupo de hombres que lo esperaba en uno de los gazebos del club. Massimo, Paolo, Mateo y Emilio conversaban animadamente mientras bebían sus respectivos tragos. Samuel, más apartado, parecía concentrado en su teléfono. Al notar su llegada, el grupo alzó la vista casi al unísono, y tras un breve intercambio de miradas cómplices, comenzaron lo