El sol comenzaba a descender, cubriendo el campo de golf con un suave resplandor dorado. Amatista ajustó sus manos sobre el palo mientras Enzo observaba su postura con atención. Habían estado practicando durante un rato, y aunque sus tiros aún no eran precisos, la paciencia de Enzo parecía infinita cuando estaba con ella.
—Relaja los hombros, gatita. No necesitas golpear con fuerza, sino con control —murmuró Enzo, inclinándose para ajustar sus manos sobre las de ella.
Amatista sonrió, sintiendo el calor de su cercanía, pero su siguiente golpe envió la pelota en una dirección completamente opuesta.
—¿Control, dices? Creo que es lo único que no tengo ahora mismo —rió ella, dejando caer el palo con un suspiro.
Enzo soltó una carcajada, tomando su mano y guiándola hacia el carrito de golf.
—Ya basta por hoy. Vamos a caminar.
Dejaron el carrito estacionado y comenzaron a recorrer el campo tomados de la mano, mientras el viento jugueteaba con el cabello de Amatista. Ella se sentía ligera, c