Enzo abandonó la fiesta cuando la música aún resonaba en los salones. Se dirigió hacia la puerta principal mientras varios socios intentaban detenerlo para intercambiar unas últimas palabras. Sin embargo, su expresión distante los disuadió. Afuera, la noche estaba cargada con el frío propio de la temporada, y la brisa que cruzaba la entrada de la mansión parecía arrastrar consigo un eco de silencio incómodo. Roque lo esperaba junto al automóvil, atento y discreto como siempre.
–He bebido –anunció Enzo mientras tomaba asiento en la parte trasera del vehículo–. Tú manejarás.
Roque asintió sin pronunciar palabra, acostumbrado a los silencios de su jefe. Condujo sin prisa pero con precisión, esquivando los escasos autos en las carreteras que llevaban a la Mansión Bourth. Enzo, en el asiento trasero, dejó que sus pensamientos se apoderaran de él. Había sentido una incomodidad creciente durante la fiesta, como si las miradas de las mujeres presentes lo acecharan con una insistencia que come