En la casa donde Amatista estaba retenida, la tensión aumentaba con cada día que pasaba. Lucas, sentado en su vieja silla, observaba inquieto mientras ella trataba de mantenerse tranquila, consciente de que cada acción y palabra podía ser crucial. La tranquilidad se rompió cuando dos hombres entraron abruptamente en la habitación. Eran diferentes a Lucas, con miradas frías y movimientos calculados que dejaban claro que estaban acostumbrados a imponer su voluntad.
—Escribe una carta para tu esposo —dijo el primero de ellos, extendiéndole un papel y un bolígrafo con brusquedad—. Di que te vas por tu propia voluntad y que no quieres que te busque.
Amatista, con el desafío brillando en sus ojos, negó con la cabeza.
—No voy a escribir eso —dijo con firmeza, manteniendo su postura erguida a pesar de las cadenas y los atados en sus muñecas.
El primer hombre se acercó con rapidez, agarrándola del cabello y tirando de su cabeza hacia atrás.
—No tienes opción, mujer. Hazlo ahora o lo lamentarás