El auto avanzaba por el camino oscuro, dejando atrás las luces y el bullicio del casino. Enzo conducía con una mano firme en el volante, mientras su otra mano descansaba sobre el muslo de Amatista, trazando ligeros círculos que parecían encender chispas a través de su vestido. Ella, recostada en el asiento, miraba por la ventana con una sonrisa que dejaba ver la satisfacción de la noche.
—Espero que no olvides la parada, amor. —murmuró Amatista, volviendo su mirada hacia él, con un tono cargado de provocación.
Enzo, sin apartar los ojos del camino, dejó escapar una leve risa.
—No lo he olvidado, gatita. Aunque si sigues mirándome así, tal vez no llegue a tiempo.
Amatista rió suavemente, pero dejó que sus dedos viajaran desde su propio muslo hasta el borde del saco de Enzo, deslizándose por su pecho con un toque que sabía lo que provocaba en él.
—No creo que puedas culparme. ¿Sabes lo difícil que es estar tan cerca y tener que esperar?
El auto se detuvo frente a una pequeña farmacia. E