La sala estaba impregnada de tensión. Enzo revisaba el informe que había recibido sobre Franco Calpi. Aunque el documento contenía detalles importantes sobre las operaciones del mafioso, no había una sola mención de Amatista. Enzo apretó los puños con frustración. Ella seguía desaparecida, y cada día en cautiverio lo atormentaba más.
Golpeó el escritorio con fuerza, una y otra vez, mientras su respiración se volvía más errática. Los hombres a su alrededor lo miraban sin saber qué decir. Sabían que el sufrimiento de su jefe había llegado a un límite peligroso.
De repente, un golpe en la puerta interrumpió el silencio. Mateo, el primero en reaccionar, se apresuró a abrirla.
Del otro lado, un hombre desconocido entró rápidamente y cerró la puerta tras de sí. Su rostro mostraba nerviosismo, pero también determinación. Los hombres de Enzo, alertados, llevaron sus manos a las armas, listos para cualquier eventualidad.
—¿Quién eres tú? —exigió Enzo, fulminándolo con la mirada.
—Soy Lucas —re