El tiempo transcurrió como una ráfaga de viento implacable.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses.
Amatista se dedicó por completo a sus hijos.
Renata y Abraham crecían rápido.
Cada día que pasaba, aprendían algo nuevo.
Sus primeras palabras, sus primeros pasos…
Amatista no quería perderse nada.
Pero Enzo no estaba allí para verlo.
Desde la noche en la que Alessandro Castelli apareció en la mansión, todo cambió.
Enzo y Roque se sumergieron en un juego de estrategia peligroso.
Uno donde la información era la clave y la traición una posibilidad constante.
Amatista quería ayudar.
Pero Enzo se lo prohibió.
—Debes estar alerta, pero al margen. —le había dicho una noche, mirándola con seriedad.
—¿Y si atacan?
—Si eso pasa, liderarás la defensa.
Era una orden.
Una que Amatista no quería aceptar, pero lo hizo.
Porque si algo llegaba a suceder, su prioridad serían sus hijos.
Renata y Abraham eran lo único que realmente importaba.
Pero no era fácil.
Amatista extrañaba a En