Una hora después…
Cuando Enzo regresó, su oficina estaba en un absoluto silencio.
Excepto por el suave sonido de una silla girando.
Alzó una ceja y cerró la puerta con calma, observando a Amatista girar lentamente en su silla de cuero, como si fuera una niña jugando.
Una niña demasiado hermosa y peligrosa para su paz mental.
—¿Te divertiste? —preguntó con diversión.
Amatista se detuvo, apoyando los pies en el suelo, y lo miró con una sonrisa inocente.
—Me estaba entreteniendo mientras volvías.
Enzo negó con la cabeza, acercándose con calma.
—¿Sabes qué más es entretenido, Gatita?
Ella alzó una ceja con interés.
En un movimiento rápido, Enzo la sujetó por la cintura y la levantó de la silla, haciéndola soltar un pequeño grito sorprendido.
Con facilidad, la colocó sobre su escritorio, apoyando las manos a cada lado de sus caderas, atrapándola completamente con su cuerpo.
—Que empieces a pagar por todas las provocaciones de hoy.
Amatista abrió los labios, pero antes de que pudiera decir